Jesús dijo:
"Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, entonces mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí.
Pilato entonces le dijo: ¿Así que tú eres rey?
Jesús respondió: Tú dices que soy rey. Para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz."
Juan 18:36-37
Haremos una lectura crítica del siguiente texto.
Para ello, contrastaremos algunas de las afirmaciones que hace el autor, con lo que dice la Biblia.
Ramón Teja, en el libro "Historia del Cristianismo" (Editorial Trotta, 2003, Madrid), escribe:
"En el 312 Constantino, el hijo del emperador Constancio Cloro que no había aplicado en sus territorios los edictos de persecución, vencía en Roma en la batalla del Puente Milvio a Majencio, que gobernaba en Italia y África, reconocía al dios de los cristianos como dispensador de su victoria, se hacía dueño único de Occidente y obligaba a su colega de Oriente, Licinio, a ratificar formalmente las medidas de tolerancia hacia los cristianos en el llamado Edicto de Milán del 313. No sorprende que los cristianos de la época viesen en el desenlace de los acontecimientos la mano de Dios: los emperadores perseguidores habían desaparecido y muerto de mala manera..., mientras Constantino comenzaba a ser visto como un nuevo Moisés... En muy poco tiempo el cristianismo pasará de ser religión perseguida a ser privilegiada y favorecida por el poder imperial. Con ello se iniciará una nueva época en la historia...
... A partir de Augusto el culto a Roma y al emperador se convirtió en una especie de religión de Estado que fue desplazando a un segundo plano el politeísmo tradicional y que en el siglo III se asoció estrechamente con las concepciones filosóficas y religiosas sobre el monoteísmo. Las persecuciones de Decio, Valeriano y Diocleciano habrían que interpretarlas más que como un intento de erradicar el cristianismo, como un esfuerzo por integrar esta nueva religión, que había adquirido una fuerza y expansión crecientes, en la religión del Estado. Diocleciano llevó hasta sus últimas consecuencias la sacralización de la figura imperial al concebir el imperio romano dominado por un único soberano que se impone a todos los súbditos según el modelo del Universo gobernado por un único Dios supremo y trascendente. La evolución política, social y religiosa del Imperio parecía imponer la necesidad de apuntalar la monarquía imperial sobre la base de la idea del monoteísmo. Constantino recurrió al monoteísmo cristiano y, al igual que Aureliano había tenido en en Porfirio al teórico del monoteísmo solar, Eusebio de Cesara se convirtió en el ideólogo del monoteísmo cristiano puesto al servicio de la monarquía única constantina: Constantino ha sido el primero en reconocer la dominación de un único Dios sobre el mundo y él mismo, al tener el dominio único sobre el mundo romano, gobierna a todo el género humano. El emperador único es la imagen de un Dios único:
Investido [Constantino] de la imagen de la monarquía celestial, levanta su vista hacia lo alto y gobierna regulando los asuntos del mundo según la idea de un arquetipo, afianzado por el hecho de que se entrega a imitar la soberanía del Soberano celeste. Al rey único sobre la tierra corresponde el Dios único, el rey único en el cielo, el único Nomos y Logos regio (Eusebio, Discurso de las Tricennales, III,6). (Páginas 315-316)
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