1º ESO

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lunes, 10 de abril de 2017

Constantino, año 324 y posteriores

En su libro “Año 312. Constantino: emperador, no cristiano” (Laberinto, 2010), la profesora Pepa Castillo explica:


"En noviembre de 324, Constantino celebró su victoria otorgando los títulos de augustas a su madre Helena y a su esposa Fausta, mientras que su hijo menor, el futuro Constancio II, era nombrado césar. Oriente entero pertenecía ahora a Constantino, quien sin perder un momento se entregó a la tarea de arreglar los asuntos religiosos en los territorios de Licinio, ordenando la puesta en libertad de todos los cristianos condenados a trabajos forzados, el regreso de los que habían sido exiliados y la devolución de todas las propiedades, particulares o de la corporación, que les habían confiscado. Además, alentó a los obispos a reparar las iglesias dañadas y a construir nuevas allí donde creyesen que fuese necesario.

Por fin Constantino había visto cumplidas sus ambiciones: se había convertido en el único emperador del Imperio romano después de salir triunfador en dos guerras civiles, primero con Majencio y después con Licinio." (Página 165)

Un único emperador, un único dios


"La escalada de Constantino hacia el trono había comenzado con la muerte de su padre en Euburaco (York), el 25 de julio del año 306. (...)
Durante estos dieciocho años, Constantino tuvo a su lado primero a Hércules, después al Sol Invicto-Apolo y en su avance hacia Oriente al dios de los cristianos. El emperador tenía junto a él a un único dios, pero, ¿era realmente el dios de los cristianos o seguía siendo el Sol Invicto-Apolo? ¿Se convirtió realmente al cristianismo? Y si lo hizo, ¿cuándo y qué razones le movieron a tomar tal decisión?(...)

Para una gran parte de la historiografía actual, Constantino abrazó el cristianismo tras su victoria sobre Majencio, pues la visión o sueño sobre la cruz le mostraron que su victoria había sido obra de un dios único, el dios de los cristianos, y por esa razón, meses después, en febrero de 313, publicó el edicto de Milán. Hay quienes, siguiendo fielmente el testimonio de Zósimo (NH, 2.29 .2-4), sitúan la conversión inmediatamente después de los asesinatos de su hijo Crispo y de su esposa Fausta en 326, cuando por indicaciones de un egipcio llegado de Hispania, el obispo Osio de Córdoba, el emperador abandonó sus creencias ancestrales por la nueva fe que le perdonaba sus crímenes tan execrables. Por último, una minoría retrasa la conversión hasta el momento en que fue bautizado, poco antes de su muerte en 337, pero retrasar el bautismo hasta casi el lecho de muerte era por entonces muy habitual, lo más práctico para iniciar el viaje al más allá libre de pecados." (Páginas 169-170)

"Pero Constantino nunca abrazó la fe cristiana. Su interés por los cristianos era más político y práctico que confesional. El único emperador del Imperio, siguió practicando sin ninguna reserva las prácticas propias de la religión pagana; al fin y al cabo, él era ahora Pontífice Máximo y como salvaguarda de los cultos tradicionales actuó siempre como lo hicieron los emperadores que le precedieron. Sin embargo, no podemos negar un acercamiento por su parte hacia los seguidores de la nueva fe, incluso un interés personal por favorecerlos. (...)"

El principal problema de tan dudosa conversión es la naturaleza de los textos que nos hablan sobre la misma y sobre la posición de Constantino frente a la nueva religión.(...)" (Página 171)

Ambigüedad y política religiosa de Constantino


 "El Imperio romano era todavía mayoritariamente pagano, ya que sólo un quince por ciento de la población era cristiana. Por eso, no era adecuado que un emperador cristiano apareciese ante sus súbditos como tal, de manera que Constantino se vio obligado a compaginar los cultos tradicionales con la nueva religión, utilizando indistintamente signos de ambos. (...) Constantino era ante todo un emperador romano, y el peso de la tradición le definía no como un emperador cristiano, sino como un emperador pagano.

Hay evidencias suficientes (...) para sostener que Constantino no adoptó nunca una política hostil hacia los cultos tradicionales, que fue un emperador respetuoso con la religión de sus antepasados, participó en los rituales como Pontífice Máximo que era y veló por la pureza y el cumplimiento de las ceremonias rituales. Con todo, la religión no fue una de sus principales preocupaciones, aunque, como defensor de la romanidad, sus disposiciones pretendían devolver a la religión romana sus usos arcaicos, eliminando aquellas prácticas que eran ajenas a la "costumbre de los antepasados" (mos maiorum)." (Páginas 176-177)

"Los colegios sacerdotales tampoco sufrieron grandes cambios bajo Constantino, quien no dudó en concederles nuevos privilegios y crear nuevos sacerdocios consagrados al culto imperial. Y así, el ejercicio de un cargo sacerdotal, siguió siendo una función apetecible y un importante escalón en la carrera política.

Un último aspecto (...) es el culto imperial. una institución que Constantino mantuvo y promocionó, pues (...) fue objeto de culto imperial en todas sus formas: fue aclamado públicamente en innumerables ocasiones; su imagen era objeto de veneración y, por mucho que lo negase Eusebio (VC., 4.16), la estatua sedente monumental que se ubicó en la basílica de Majencio o la que se levantó en Constantinopla sobre una columna de pórfido lo demuestran, su genius, el ser divino que ayudaba a todo individuo desde que nacía hasta que moría, también fue venerado; y, por último, su fuerza divina (numen). Solo introdujo una novedad, aunque no sabemos a ciencia cierta si se generalizó o sólo se aplicó en Hispellum (Spello), donde un rescripto de emperador datado hacia el año 337 autorizó la construcción y dedicación de un templo a la familia imperial a condición de que nunca se celebrasen en él sacrificios cruentos.

Otras prácticas religiosas se siguieron manteniendo sin apenas cambios, como los juegos (ludi), de gran importancia para la cohesión política y social; o las visitas a santuarios y templos de la religión romana tradicional, sobre todo en la ciudad de Roma." (Página 183)

"La construcción de estas basílicas no supuso la expropiación de ninguna propiedad particular ni de ningún templo. Los solares o bien eran propiedades imperiales o cementerios cristianos junto a las murallas de la ciudad. El corazón de Roma siguió siendo el territorio de los dioses paganos; los lugares de culto de la nueva religión estaban situados extramuros, así que si algo cambió no fue el paisaje urbano, sino el suburbano, pues las basílicas cristianas se construyeron al otro lado de la muralla, más allá del límite sagrado del suelo urbano que había sido fijado por los augures y dentro del cual se levantaban los templos de los dioses romanos." (Página 188)

"(...) En esta coyuntura, poco le importó disfrazarse de cristiano y sustituir en su teología política del "dios único supremo", al Sol Invicto por el Dios de los cristianos. Los dos dioses encajaban perfectamente con el lema "un único emperador, un único dios", los dos eran compañeros del emperador y los dos le garantizaban la victoria. Ése era el discurso teológico-político que ahora le era útil en Oriente. Con todo, Constantino nunca se convirtió al cristianismo, sólo pactó con la Iglesia cristiana y la jerarquía eclesiástica su triunfo en Oriente." (Página 193)

Sínodo de Arlés (año 314) y años posteriores

En su libro “Año 312. Constantino: emperador, no cristiano” (Laberinto, 2010), la profesora Pepa Castillo escribe:


“… un segundo sínodo, esta vez en Arlés, el 1 de agosto de 314, al que también acudió el emperador y en el que la participación obispal fue mayoritaria, al contrario de los que había ocurrido en Roma. En esta ocasión, la cuestión donatista no fue el único tema que se abordó, pues se habló también del celibato del clero, de la consagración de los obispos, de la fecha de la Pascua, del escabroso tema del segundo bautismo y de los cristianos que servían en el ejército romano.


En este segundo concilio, la Iglesia volvió a inclinarse hacia Cecilio y se reafirmó en la idea de que los sacramentos administrados por un ministro de culto eran plenamente válidos por la intercesión divina, al margen de la entereza moral de quien los administrara; sin embargo, los donatistas seguían sin dar su brazo a torcer. Se estaban convirtiendo en un grave problema para el Imperio y, a pesar de que el Edicto de Milán había proclamado la tolerancia religiosa, Constantino no dudó en ordenar la expropiación de los bienes de esta tendencia que minaba la unidad de la Iglesia y, en consecuencia, también la del Imperio. (…) Era la primera vez que se ponía en práctica una forma de jurisdicción que era a la vez eclesiástica e imperial, y por ello la rebeldía manifestada por los donatistas ante las sentencias conciliares fue vista como una amenaza al bien común que contravenía a la autoridad eclesiástica y a la imperial. Constantino no podía consentir tal proceder…” (Páginas 154-155)
Anfiteatro romano en Arlés (Francia)

Año 320

"En el año 320, Constantino asoció a su otro hijo al trono (...), y al año siguiente sus dos hijos Crispo y Constantino II ocuparon el consulado, pero sin ser reconocidos como tales en Oriente, donde Licinio reclamaba el consulado para él y su hijo. La balanza de poder estaba inclinada hacia Occidente y nuevamente se había roto la concordia entre los augustos.



Lejos de disminuir, la tirantez entre ambos emperadores fue en aumento. En la práctica política no había ninguna colaboración, la legislación tampoco era conjunta y Licinio no puso en marcha una política religiosa conforme a los acuerdos de Milán. La política de tolerancia suscrita por los dos emperadores fue abandonada por Licinio, que no tardó en aprobar algunas medidas represivas contra los cristianos, como la expulsión de muchos de ellos del servicio imperial, la prohibición de reunirse para el culto en las iglesias, permitiéndolo sólo fuera de la ciudad y separados los hombres de las mujeres. Además, negó a los obispos el derecho a reunirse e incluso hubo algún caso de arresto y ejecución." (Página 163)

Edicto de Milán (año 313)

En su libro “Año 312. Constantino: emperador, no cristiano” (Laberinto, 2010), la profesora Pepa Castillo explica:


“En Milán, Constantino y Licinio se dividieron el Imperio: para el primero Occidente, para el segundo Oriente. En estas circunstancias, la cuestión religiosa (…) poca importancia tuvo. Se estaba dilucidando el futuro del Imperio, pero Constantino todavía no tenía el poder suficiente como para hacerse dueño de Oriente, ya que primero tenía que consolidar las bases de su gobierno en Occidente, así que era necesario ir poco a poco. De momento, la Tetrarquía de Diocleciano se había convertido en una triarquía; el siguiente paso era la diarquía y después, cuando en Oriente estuviese sólo Licinio y Occidente fuese por completo leal a Contantino, ya sería momento para que éste pensase en la monarquía, pero no antes. Es evidente (…) que si bien la religión no era una cuestión de vida o muerte en los planes de Constantino y Licinio, sí se pudo tratar el tema de la cuestión religiosa como un componente más de la concordia que debía reinar en la futura diarquía, pues, al fin y al cabo, Oriente había tenido ya su edicto de tolerancia dos años antes, mientras que en Occidente simplemente no se había aplicado estrictamente las antiguas disposiciones anticristianas de la Tetrarquía. (…) Lactancio y Eusebio, que son, curiosamente, los únicos autores que nos transmiten el texto del Edicto de Milán, del que, también curiosamente, sólo se conserva lo relacionado con la libertad cultural. El texto de Lactancio es una versión publicada por Licinio en Nicomedia el 14 de junio de ese mismo año y reza así:

“Habiéndonos reunido felizmente en Milán tanto yo, Constantino Augusto, como yo, Licinio Augusto, y habiendo tratado sobre todo lo relativo al bienestar y a la seguridad públicas, juzgamos oportuno regular, en primer lugar, entre los demás asuntos que, según nosotros, beneficiarán a la mayoría, lo relativo a la reverencia debida a la divinidad; a saber, conceder a los cristianos y a todos los demás la facultad de practicar libremente la religión que cada uno desease, con la finalidad de que todo lo que hay de divino en la sede celestial se mostrase favorable y propio tanto para nosotros como a todos los que están bajo nuestra autoridad. (…) Por lo cual, conviene que en tu excelencia sepa que nos ha parecido bien que sean suprimidas todas las restricciones contenidas en circulares anteriores dirigidas a tus negocios, referentes al nombre de los cristianos y que obviamente resultaban desafortunadas y extrañas a nuestra clemencia, ya que desde ahora todos los que desean observar la religión de los cristianos puedan hacerlo libremente y sin obstáculo, sin inquietud, ni molestias. (…) Al constatar que les hemos otorgado esto, debe entender tu excelencia que también a los demás se les ha concedido licencia igualmente manifiesta e incondicional para observar su religión en orden a la conservación de la paz en nuestros días, de modo que cada cual tenga libre facultad de practicar el culto que desee…”

Continúa el edicto con disposiciones en relación con las propiedades de los cristianos, como la restitución de los locales donde antes se habían reunido y de todas aquellas propiedades que les pertenecían como comunidad.” (Páginas 144-145)

“También el propio Maximiano, después de su primera derrota, promulgó un edicto en mayo de 313 con el que concedía la plena libertad a los cristianos y la devolución de sus bienes, señalando como causantes de la persecución a sus colaboradores. Fue un intento desesperado por hacerse con el apoyo de Constantino, pero su suerte ya estaba decidida: Constantino y Licinio ya lo habían hecho en Milán.
Con este edicto continuó en el Imperio romano la antigua expansión de la Iglesia, que ahora estaba reforzada económicamente por la devolución de sus antiguos lugares de culto y sus propiedades. El cristianismo alcanzó el estatus de legitimidad parejo al del paganismo, lo que fue el primer paso para, con el tiempo, convertirse en la religión oficial del Imperio Romano.”

(Páginas 146-147)

miércoles, 5 de abril de 2017

Constantino: emperador, no cristiano

Entendiendo la tetrarquía y su relación con Hispania



Pepa Castillo, en su libro "Año 312. Constantino: emperador, no cristiano" (Laberinto, 2010), expone su tesis sobre el paganismo de Constantino, frente a quienes creen en su conversión al cristianismo.


“La alianza que iba a estrechar los vínculos entre Constantino y Maximiano era la ocasión perfecta para reafirmar la naturaleza hercúlea de este linaje, y por esa razón Constantino fue presentado bajo la protección de las figura tutelares de Maximiano y Constancio, los Hércules de la primera Tetrarquía.” (Páginas 92-93)

Maximiano herculeo

“Las monedas acuñadas entre 310 y 313 también se van a hacer eco del nuevo discurso teológico-político adoptado por Constantino, como el medallón acuñado en Ticinum (Pavía) entre octubre de 312 y mayo de 313 y en el que aparecen los bustos parcialmente superpuestos de Constantino con un escudo en el que figura el Sol conduciendo su cuadriga escudo, en primer plano, y el Sol en segundo plano.

Ahora el poder estaba más sacralizado que nunca, y por eso Constantino necesitaba construir su propio discurso teológico, Diocleciano había elegido a los dioses de la religión romana tradicional, Júpiter y Hércules, y a ellos había vinculado su nueva creación política, pero, con la crisis del sistema tetrárquico, el puesto tradicional de Júpiter fue usurpado por Marte y Roma en el caso de Majencio y por el Sol Invicto en el de Constantino. La nueva divinidad tutelar, el Sol Invicto, acompañaba siempre a Constantino, vencía cada día a la noche, era visible, su protección le garantizaba la victoria en el campo de batalla, y la victoria del emperador era lo único que ahora legitimaba su soberanía, es decir, su derecho a vestir la púrpura imperial (…)

Constantino era ante todo un emperador-soldado que había salvado y liberado a la Galia de las invasiones bárbaras y que personificaba en grado superlativo todas las virtudes y todos los poderes de su divinidad, un “universal-Sol-Apolo” con quien se comunicaba constantemente y del que obtenía todo su apoyo y protección para alcanzar la Victoria.” (Páginas 97-99)

La Roma de Majencio


“Constantino  llegó a las puertas de Roma el 24 de octubre del año 312 y ante sus muros levantó su campamento. Tenía frente a él la ciudad de Rómulo, que desde el 28 de octubre de 306 pertenecía a Majencio (…)
Sobre la ciudad que fue testigo de su ambición construyó Majencio su discurso teológico-político, un discurso tradicionalista ligado al glorioso pasado de Roma, en el que aparecía como el protector y salvador de la Urbe, el guardián de sus tradiciones, construyendo su “romanidad” a partir de dos imágenes, Urbs Roma y Dea Roma (…). Así enunciado, la diosa Roma sería entonces la garante y fuente de su poder, y con ella la diosa Venus, madre de Eneas.” (Página 107)

La batalla del puente Milvio


“Y llegó el momento de la batalla definitiva entre quien tenía al Sol Invicto como compañero y quien se veía a sí mismo como un nuevo Rómulo (…) incluso la propaganda cristiana de Constantino dice que acudió a prácticas mágicas para desviar la guerra: invocaba a los demonios mientras abría el vientre de mujeres embarazadas, escudriñaba las vísceras de recién nacidos o degollaba leones. En realidad, Majencio se limitó a realizar las prácticas habituales previas a un enfrentamiento armado y que formaban parte de la religiosidad de la época, igual que haría Constantino. (…) tanto uno como otro acudieron a lo sobrenatural, aunque no está claro, como veremos, que Constantino buscara a Dios, máxime cuando invocaba a Apolo como única divinidad.” (Página 110)


Arco de Constantino en Roma, año 315

“Era una divinidad la que le había animado a creer que ya era el momento de devolver la libertad a Roma, de terminar con el tirano en aras de la justicia. Sin embargo, la inscripción no menciona ni el nombre de la divinidad ni el de Majencio. La expresión “por inspiración de la divinidad” (instinctu divinitatis) no puede ser más imprecisa y genérica (…). Pero (…) en el siglo XIX se descubrió que bajo la fórmula “por inspiración de una divinidad” se podía leer un texto anterior que rezaba así: “por señal del óptimo Júpiter” (…), la forma en que se alude a esa divinidad está en la línea de la literatura pagana, de manera que tenía que tratarse de un dios pagano cuya vinculación al emperador era tan conocida por todos que su nombre no necesitaba ser mencionado. Tampoco debemos olvidar la tendencia hacia el sincretismo que desde el siglo II se había apropiado de la religión romana, lo que no tardó en generar un “único dios supremo”, cuyo nombre no necesitaba explicitarse por tratarse de un dios único.” (Páginas 134-135)

Para el profesor

Palacio de Maximiano Hercúleo (Córdoba)


En los terrenos del yacimiento de Cercadilla se localiza un fastuoso palacio bajoimperial de Maximiano Hercúleo construido en los últimos años del siglo III y los primeros años del siglo IV (293-305 dC.) y atribuido al emperador Maximiano.


El complejo palatino alcanza una extensión superior a los 400 metros de longitud y 200 metros de anchura y se articula a través de un gran criptopórtico o pórtico semicircular de 108 metros de diámetro y más de 150 metros de recorrido. En este criptopórtico fue posible crear una gran terraza artificial en torno a la cual se disponen los edificios que forman este gran complejo palatino.



Los restos arqueológicos fueron descubiertos en 1991 con motivo de las obras de soterramiento del ferrocarril y construcción de la estación del AVE de la ciudad. Debido al apresuramiento con que se deseaba finalizar las obras de la estación, buena parte de su superficie se encuentra oculta, tapada en algunos casos y destruida en otros. La imagen que Cercadilla pretende ofrecer al visitante es la de superposición de la ciudad moderna y la extensión del yacimiento bajo ella.

sábado, 1 de abril de 2017

Valeriano, año 257-259

Pepa Castillo, en su libro "Año 32. Constantino: emperador, no cristiano" (Ediciones del Laberinto, 2010), escribe:


"Mientras que Decio atacó al cristianismo como individuo, Valeriano, la segunda bestia apocalíptica de esta historia, atacó al cristianismo como Iglesia. Pero no lo hizo inmediatamente tras su llegada al trono, sino cuatro años después, en 257. Hasta ese momento se mostró siempre benévolo con los cristianos, e incluso se dice que "toda su casa estaba llena de cristianos y era una iglesia de Dios" (Euseb., HE, 7.10.3). Sin embargo, el emperador cambió de opinión.


Cuando se publicaron sus dos edictos, en los años 257 y 258 respectivamente, Galieno, protector de los cristianos y casado con una cristiana, estaba deteniendo las incursiones bárbaras en Occidente; catástrofes naturales y epidemias perturbaban la vida de los ciudadanos y a todo ello se sumaba el miedo que tenían las clases dirigentes a la cristianización del Imperio. En este contexto de angustia, superstición y temor, Valeriano, solo en Roma, fue una marioneta en manos del Senado y de unos colaboradores fieles a las tradiciones paganas. Con su primer edicto de persecución, las iglesias se cerraron, los cementerios y otros lugares de reunión pasaron a ser propiedad del Estado, se dictaminó el exilio para la cúpula dirigente y la condena a muerte para los que organizasen o participasen en sus rituales. Un año más tarde, publicó un segundo edicto por el que se condenaba a muerte, una vez identificados, a todos los eclesiásticos arrestados (obispos, sacerdotes y diáconos), así como a los senadores y ecuestres cristianos, que primero perdían su grado y después sus bienes; también fueron desterradas las matronas cristianas y condenados a trabajos forzados los funcionario imperiales cristianos, sin faltar en ambos casos la confiscación de su patrimonio.

Los edictos de Valeriano fueron toda una novedad. Aunque el cristianismo no era lícito a nivel individual, sí lo era como Iglesia, según la legislación romana en materia de asociaciones; y ahora, por primera vez, al declarar a la Iglesia ilegal, expropiar sus posesiones y exiliar a su jerarquía, se la estaba reconociendo oficialmente, a ella, a sus bienes y a sus mandos... el segundo edicto, cuya finalidad era eliminar a los cristianos de las corporaciones políticas activas de donde procedían los puesto de poder, los grupos senatorial y ecuestre... la clase dirigente, a quienes la apostasía no les devolvía ni su cargo ni sus bienes, sólo los libraba de la muerte.

Cuando en el año 259 Valeriano fue hecho prisionero por el rey persa, su hijo Galieno revocó sus edictos y publicó uno de tolerancia por el que la Iglesia recuperó sus bienes y lugares de culto, y fue reconocida como institución." (Páginas 34-36)

Persecución en Alejandría y edicto de Decio

Pepa Castillo, en su libro "Año 32. Constantino: emperador, no cristiano" (Ediciones del Laberinto, 2010), explica:


"La salvaje cacería de cristianos que tuvo lugar en Alejandría un año antes de la persecución de Decio, y viviendo aún Filipo el Árabe, fue una muestra de la reacción popular ante el temor, verificado un siglo después, de que el cristianismo se convirtiese en la religión del Estado y todas las demás fuesen rechazadas y abandonadas a la fuerza. Los acontecimientos comenzaron a finales del año 248 y abarcaron los primeros meses del siguiente año. Durante ese tiempo, la multitud enloquecida arremetía sin piedad contra los cristianos que se habían negado a pronunciar palabras impías o a adorar a los dioses paganos, asaltaban y destruían sus casas, a la vez que les sometían a crueles torturas: quebrantamiento de huesos a fuerza de bastonazos, lapidaciones, ojos y rostros atravesados con afiladas cañas, cuerpos arrastrados por las calles, violentas palizas, etc.; éste era el espectáculo de todos los días en una de las ciudades más famosas del Imperio meses antes del edicto con el que se inició la primera persecución de carácter sistemático y general, decretada a instancias imperiales y que por primera vez trascendía el ámbito local.


La llegada al poder de Decio en e laño 249 rompió la atmósfera de tolerancia, y el cristianismo se convirtió en un problema político y religioso. Tras su edicto se escondía, por un lado, un intento de restaurar la cohesión del Imperio a través de la unidad religiosa en torno a los dioses del panteón romano y las prácticas de la religión tradicional; por otro, estaban las demandas de los elementos más conservadores de la sociedad, temerosos de que los cristianos desempeñasen puestos de responsabilidad en la dirección del Estado, integrándose así en la maquinaria estatal y en el seno de la clase dirigente. El efímero reinado de un cristiano, Filipo el Árabe, había dado la voz de alarma y ahora se hacía necesario promulgar una medida drástica contra los seguidores de Jesús; su extinción se había convertido en necesaria para la continuidad del Imperio, ya que, como antes hemos indicado, el cristianismo era una amenaza para la "paz de los dioses". Se trataba de una guerra de religión en la que el emperador se presentaba como el defensor del paganismo y del Estado.

En la primavera de 250, Decio promulgó un edicto mediante el cual obligaba a los habitantes del Imperio, de ambos sexos y de todas las edades, a presentarse un día ante una comisión de cinco miembros para declarar haber sacrificado siempre a los dioses del Imperio y, además, probar tal afirmación haciendo en ese mismo momento una libación y un sacrificio acompañado de la ingestión de una parte del animal sacrificado. Pasado el trámite, el ciudadano recibía algo parecido a un certificado de buena conducta, y ya no volvía a ser molestado. Esta disposición no se aplicó con rigor en todo el Imperio: en Roma, por ejemplo, la medida fue impopular y los ciudadanos no colaboraron en la persecución, así que la capital no tardó en convertirse en refugio de los perseguidos; no fue ese el caso de Alejandría, Cartago o Esmirna, que colaboraron activamente en el cumplimiento del edicto. 


Pero Decio desapareció de la escena política muy pronto, en junio de 251, sin haber conseguido su objetivo: gran parte de la población pagana se mostraba indiferente e incluso simpatizaba con los cristianos; algunos gobernadores provinciales no se habían puesto a la tarea con demasiado entusiasmo y, en consecuencia, su aplicación no se generalizó a todas las provincias del Imperio. Los martirios fueron pocos y las apostasías numerosas, pero efímeras." (Páginas 33-34)

La historia se repite:

http://www.elmundo.es/internacional/2017/04/09/58e9f24622601d8f738b45c9.html

Lista Mundial de la Persecución 2017

La persecución a cristianos crece a pasos de gigante en India y Sureste Asiático

https://www.puertasabiertas.org/persecucion/listamundial/



Los Severos

Pepa Castillo, en su libro "Año 32. Constantino: emperador, no cristiano" (Ediciones del Laberinto, 2010), explica:


"Con los Severos se inauguró una época de tolerancia que revirtió en la expansión del cristianismo, que alcanzó las capas más altas de la sociedad y a la propia familia imperial, consolidó su propia jerarquía interna, con la figura del obispo a la cabeza y afianzó su culto, su liturgia y sistema de creencias. Por primera vez se toleraba y no se perseguía, ya no estaba expuestos a los caprichos de las masas populares y las autoridades, e incluso, a veces, el propio emperador. como fue el caso de Alejandro Severo, los favorecía. Sin embargo, su situación legal seguía siendo todavía ambigua, pues ni era reconocido como religión lícita ni era combatido. Esto se debía a que la hostilidad delas clases dirigentes más conservadoras y de una parte importante dela opinión pública eran serios obstáculos para su reconocimiento oficial. En definitiva, se ignoraba oficialmente el cristianismo, tolerándolo e incluso favoreciéndolo, o se combatía indirectamente." (Página 32)


miércoles, 8 de marzo de 2017

Persecuciones de Decio y Valeriano

En el libro"Año 312. Constantino: emperador, no cristiano" (Ediciones del Laberinto, 2010), la profesora Pepa Castillo escribe sobre las persecuciones:


"En estos tiempos tan difíciles, a los cristianos también les tocó sufrir lo suyo. Hubo dos grandes persecuciones, la de Decio, que duró menos de un año (250); y la de Valeriano, casi tres años (257-259). En ambos casos se promulgaron edictos que daban luz verde a las detenciones y a los procesos judiciales, garantizándose así que todas las víctimas fuesen objeto de una sentencia judicial. Pero no importaba quién fuese el emperador o los términos específicos del edicto, el delito era simplemente ser cristiano, un crimen de lesa majestad para los que pertenecían a la secta del sedicioso Jesús. Daba igual que las pretensiones mesiánicas de los seguidores de Jesús se hubiesen desvanecido una vez que el cristianismo dejó de ser una secta judía; o que la nueva religión, roto su pasado nacionalista y político, proclamase su lealtad al Imperio; la población pagana sentía por los cristianos una gran hostilidad, y también las clases dirigentes. Pero, ¿por qué?

Los cristianos eran enemigos públicos que habían desertado de la religión de sus padres, el judaísmo, habían creado una nueva religión, algo inconcebible para un pagano que rechazaba cualquier innovación en materia religiosa... los paganos no soportaban la intolerancia, la exclusividad monoteísta ni el fanatismo... Además, al rechazar la adoración de otro dios que no fuera el suyo y, por lo tanto, no participar del ritual pagano, ponían en peligro lo que los romanos llamaban la "paz de los dioses", la relación equilibrada y armoniosa entre los hombres y sus dioses, que aseguraba la estabilidad y la salvación del estado; no eran ciudadanos leales, y por esa razón se les hacía responsables de todos los infortunios que tenían lugar: "si el Tíber se desborda o el Nilo no se desborda, si hay sequía o terremoto, hambre o peste, inmediatamente se eleva el grito de ¡cristianos, a los leones!" (Tertuliano, Apol., 40.1-2). También se les atribuían todo tipo de crímenes, atrocidades y conductas disolutas, como la práctica de la antropofagia, la espermatofagia, la ingestión de sangre mentrual e incluso de fetos, la promiscuidad en los banquetes, el incesto, etc., invenciones que eran fruto de la nocturnidad y secretismo de sus ritos, así como dela participación de hombres y mujeres. De modo que la población pagana alentaba, y a menudo exigía, las persecuciones.

Esta hostilidad pagana, indiscutible en los dos primeros siglos del Imperio, fue cambiando a lo largo del siglo III." (Páginas 30-31)

En  Historia del cristianismo, (Editorial Trotta, Madrid, 2003), Ramón Teja explica:

"La situación de los cristianos en el Imperio cambió de una forma brusca e inesperada con la subida al poder del emperador Decio en el 249... el imperio se encontraba sumido en una profunda crisis política, militar y económica y Decio, un militar de rango senatorial, se propuso restaurar la unidad y la cohesión del Imperio mediante la vuelta a los viejos principios y costumbres que habían marcado la grandeza de Roma de tiempos pasados. La unidad religiosa entorno a los dioses del panteón romano y del culto imperial fue considerada un elemento fundamental de esta política y el cristianismo, que había alcanzado una gran difusión en el medio siglo anterior, representaba, a los ojos de los elementos más tradicionalistas, un obstáculo fundamental para alcanzar estos objetivos.


TRAJANO DECIO; Caius Messius Quintus Traianus Decius; Emperador de 249 d.C. a 251 d.C.; Nació en 201 d.C. en la Baja Pannonia; Murió en 251 d.C.

A comienzos del 250 Decio promulgó un edicto por el que se ordenaba a todos los habitantes del Imperio realizar un sacrificio público a los dioses y a la persona del emperador elevando plegarias por su bienestar... Probablemente lo que se pretendía era debilitar internamente el cristianismo, más que provocar una persecución formal con derramamiento de sangre.

Se planificó todo con gran meticulosidad, pues se establecía que en cada ciudad se realizasen estos ritos públicos bajo la vigilancia estrecha de las autoridades provinciales y locales. A aquellos que cumplían con este deber "cívico-religioso" se les expedía un certificado (libellum) para que o volviesen a ser molestados. Pero, como era de esperar, la norma se aplicó con un rigor muy diferente en cada lugar del Imperio en función del celo que en ello pusieron los diversos gobernadores de provincia y sus subordinados. En cualquier caso, la medida supuso una enorme confusión. En muchas ocasiones trajo consigo torturas, cárcel, destierros y, en algunos casos, la muerte, y se aplicó con más rigor a los jefes de las comunidades, obispos y presbíteros. Pero también fueron muchos los que cedieron a las amenazas cayendo en la apostasía.

La pronta desaparición de Decio (junio de 251) determinó que la persecución no se prolongase en el tiempo y los mártires fueron pocos. Pero los efectos fueron devastadores. Vuelta la calma, las iglesias se dividieron profundamente respecto a la actitud a seguir con aquellos que habían cedido o flaqueado, los llamados lapsi. Las divisiones  se acrecentaron porque la gravedad de las apostasías era muy diferente."  (Páginas 307-308)


Valeriano


"Una nueva persecución se desencadenó durante el reinado de Valeriano... La inestabilidad política era total y, una vez más, los paganos más tradicionales cayeron en la tentación de achacar las culpas a los cristianos. Las medidas de Valeriano fueron mucho más selectivas que las de Decio. Intentó acabar con a Iglesia descabezando a sus líderes y a los elementos cristianos más influyentes en la sociedad.


El primer edicto, publicado en el 257, obligaba a sacrificar a los dioses todos los clérigos cristianos y prohibía, bajo pena de muerte, la celebración de cultos. Un segundo edicto al año siguiente endurecía las penas condenando a muerte no sólo a los miembros del clero que rehusaban sacrificar, sino también a los cristianos pertenecientes al orden ecuestre y senatorial, y a trabajos forzados a los funcionarios imperiales... a los funcionarios y senadores de la corte que hubiesen accedido a ofrecer sacrificios no les eran restituidos sus bienes embargados por el fisco.


Las víctimas de esta persecución fueron mucho más numerosas que en la de Decio... también la de Valeriano fue de corta duración. En el 259 fue hecho prisionero de los reyes persas y su hijo y sucesor, Galieno, dio un giro total a la política de su padre con los cristianos." (Página 310) 



Relieve del emperador persa sasánida Sapor I (a caballo) y el humillado. 
Valeriano junto a Filipo el Árabe.
Situado en Naqsh-e Rostam