En el libro"Año 312. Constantino: emperador, no cristiano" (Ediciones del Laberinto, 2010), la profesora Pepa Castillo escribe sobre las persecuciones:
"En estos tiempos tan difíciles, a los cristianos también les tocó sufrir lo suyo. Hubo dos grandes persecuciones, la de Decio, que duró menos de un año (250); y la de Valeriano, casi tres años (257-259). En ambos casos se promulgaron edictos que daban luz verde a las detenciones y a los procesos judiciales, garantizándose así que todas las víctimas fuesen objeto de una sentencia judicial. Pero no importaba quién fuese el emperador o los términos específicos del edicto, el delito era simplemente ser cristiano, un crimen de lesa majestad para los que pertenecían a la secta del sedicioso Jesús. Daba igual que las pretensiones mesiánicas de los seguidores de Jesús se hubiesen desvanecido una vez que el cristianismo dejó de ser una secta judía; o que la nueva religión, roto su pasado nacionalista y político, proclamase su lealtad al Imperio; la población pagana sentía por los cristianos una gran hostilidad, y también las clases dirigentes. Pero, ¿por qué?
Los cristianos eran enemigos públicos que habían desertado de la religión de sus padres, el judaísmo, habían creado una nueva religión, algo inconcebible para un pagano que rechazaba cualquier innovación en materia religiosa... los paganos no soportaban la intolerancia, la exclusividad monoteísta ni el fanatismo... Además, al rechazar la adoración de otro dios que no fuera el suyo y, por lo tanto, no participar del ritual pagano, ponían en peligro lo que los romanos llamaban la "paz de los dioses", la relación equilibrada y armoniosa entre los hombres y sus dioses, que aseguraba la estabilidad y la salvación del estado; no eran ciudadanos leales, y por esa razón se les hacía responsables de todos los infortunios que tenían lugar: "si el Tíber se desborda o el Nilo no se desborda, si hay sequía o terremoto, hambre o peste, inmediatamente se eleva el grito de ¡cristianos, a los leones!" (Tertuliano, Apol., 40.1-2). También se les atribuían todo tipo de crímenes, atrocidades y conductas disolutas, como la práctica de la antropofagia, la espermatofagia, la ingestión de sangre mentrual e incluso de fetos, la promiscuidad en los banquetes, el incesto, etc., invenciones que eran fruto de la nocturnidad y secretismo de sus ritos, así como dela participación de hombres y mujeres. De modo que la población pagana alentaba, y a menudo exigía, las persecuciones.
Esta hostilidad pagana, indiscutible en los dos primeros siglos del Imperio, fue cambiando a lo largo del siglo III." (Páginas 30-31)
En Historia del cristianismo, (Editorial Trotta, Madrid, 2003), Ramón Teja explica:
"La situación de los cristianos en el Imperio cambió de una forma brusca e inesperada con la subida al poder del emperador Decio en el 249... el imperio se encontraba sumido en una profunda crisis política, militar y económica y Decio, un militar de rango senatorial, se propuso restaurar la unidad y la cohesión del Imperio mediante la vuelta a los viejos principios y costumbres que habían marcado la grandeza de Roma de tiempos pasados. La unidad religiosa entorno a los dioses del panteón romano y del culto imperial fue considerada un elemento fundamental de esta política y el cristianismo, que había alcanzado una gran difusión en el medio siglo anterior, representaba, a los ojos de los elementos más tradicionalistas, un obstáculo fundamental para alcanzar estos objetivos.
TRAJANO DECIO; Caius Messius Quintus Traianus Decius; Emperador de 249 d.C. a 251 d.C.; Nació en 201 d.C. en la Baja Pannonia; Murió en 251 d.C. |
A comienzos del 250 Decio promulgó un edicto por el que se ordenaba a todos los habitantes del Imperio realizar un sacrificio público a los dioses y a la persona del emperador elevando plegarias por su bienestar... Probablemente lo que se pretendía era debilitar internamente el cristianismo, más que provocar una persecución formal con derramamiento de sangre.
Se planificó todo con gran meticulosidad, pues se establecía que en cada ciudad se realizasen estos ritos públicos bajo la vigilancia estrecha de las autoridades provinciales y locales. A aquellos que cumplían con este deber "cívico-religioso" se les expedía un certificado (libellum) para que o volviesen a ser molestados. Pero, como era de esperar, la norma se aplicó con un rigor muy diferente en cada lugar del Imperio en función del celo que en ello pusieron los diversos gobernadores de provincia y sus subordinados. En cualquier caso, la medida supuso una enorme confusión. En muchas ocasiones trajo consigo torturas, cárcel, destierros y, en algunos casos, la muerte, y se aplicó con más rigor a los jefes de las comunidades, obispos y presbíteros. Pero también fueron muchos los que cedieron a las amenazas cayendo en la apostasía.
La pronta desaparición de Decio (junio de 251) determinó que la persecución no se prolongase en el tiempo y los mártires fueron pocos. Pero los efectos fueron devastadores. Vuelta la calma, las iglesias se dividieron profundamente respecto a la actitud a seguir con aquellos que habían cedido o flaqueado, los llamados lapsi. Las divisiones se acrecentaron porque la gravedad de las apostasías era muy diferente." (Páginas 307-308)
"Una nueva persecución se desencadenó durante el reinado de Valeriano... La inestabilidad política era total y, una vez más, los paganos más tradicionales cayeron en la tentación de achacar las culpas a los cristianos. Las medidas de Valeriano fueron mucho más selectivas que las de Decio. Intentó acabar con a Iglesia descabezando a sus líderes y a los elementos cristianos más influyentes en la sociedad.
El primer edicto, publicado en el 257, obligaba a sacrificar a los dioses todos los clérigos cristianos y prohibía, bajo pena de muerte, la celebración de cultos. Un segundo edicto al año siguiente endurecía las penas condenando a muerte no sólo a los miembros del clero que rehusaban sacrificar, sino también a los cristianos pertenecientes al orden ecuestre y senatorial, y a trabajos forzados a los funcionarios imperiales... a los funcionarios y senadores de la corte que hubiesen accedido a ofrecer sacrificios no les eran restituidos sus bienes embargados por el fisco.
Las víctimas de esta persecución fueron mucho más numerosas que en la de Decio... también la de Valeriano fue de corta duración. En el 259 fue hecho prisionero de los reyes persas y su hijo y sucesor, Galieno, dio un giro total a la política de su padre con los cristianos." (Página 310)
Valeriano
"Una nueva persecución se desencadenó durante el reinado de Valeriano... La inestabilidad política era total y, una vez más, los paganos más tradicionales cayeron en la tentación de achacar las culpas a los cristianos. Las medidas de Valeriano fueron mucho más selectivas que las de Decio. Intentó acabar con a Iglesia descabezando a sus líderes y a los elementos cristianos más influyentes en la sociedad.
El primer edicto, publicado en el 257, obligaba a sacrificar a los dioses todos los clérigos cristianos y prohibía, bajo pena de muerte, la celebración de cultos. Un segundo edicto al año siguiente endurecía las penas condenando a muerte no sólo a los miembros del clero que rehusaban sacrificar, sino también a los cristianos pertenecientes al orden ecuestre y senatorial, y a trabajos forzados a los funcionarios imperiales... a los funcionarios y senadores de la corte que hubiesen accedido a ofrecer sacrificios no les eran restituidos sus bienes embargados por el fisco.
Las víctimas de esta persecución fueron mucho más numerosas que en la de Decio... también la de Valeriano fue de corta duración. En el 259 fue hecho prisionero de los reyes persas y su hijo y sucesor, Galieno, dio un giro total a la política de su padre con los cristianos." (Página 310)
Relieve del emperador persa sasánida Sapor I (a caballo) y el humillado. Valeriano junto a Filipo el Árabe. Situado en Naqsh-e Rostam |
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