1º ESO

sábado, 25 de marzo de 2023

Eternidad en sus corazones

En 1981 se publicó por primera vez el libro escrito por Don Richardson, titulado "Eternidad en sus corazones". 

Recientemente un querido colega terminó su traducción al español, y me ha permitido compartir su contenido aquí.

Cuando estudiamos en el Bloque 1 la manera en que Dios se revela al ser humano, hemos leído la historia de Pablo en Atenas. Dejemos que el primer capítulo de este libro nos de más detalles de lo sucedido.

Los atenienses

En algún momento del siglo VI A.C. en un consejo de cámara en la colina de Marte, Atenas…
La plaga sobre Atenas:

Dinos, Nicias, ¿qué consejo ha enviado contigo la sacerdotisa del Oráculo de Delfos, la Pitia? ¿Por qué ha venido esta plaga sobre nosotros? ¿Y por qué nuestros numerosos sacrificios no sirvieron de nada?”.

Nicias, con los ojos fríos, se enfrentó directamente al presidente del consejo. La sacerdotisa declara que nuestra ciudad está bajo una terrible maldición. Un cierto dios ha mandado esta maldición por el grave crimen de traición del rey Megacles contra los seguidores de Cilón”.

“¡Si, sí! Ahora recuerdo” dijo otro miembro del consejo con tristeza. “Megacles obtuvo la rendición de los seguidores de Cilón con la promesa de amnistiarlos. ¡Pero muy pronto violó su promesa y los mató! Pero, ¿qué dios sigue sosteniendo este crimen contra nosotros? ¡Hemos ofrecido sacrificios expiatorios a todos los dioses!”

 “No es así”, replicó Nicias. “La sacerdotisa dice que todavía hay otro dios que continúa sin ser aplacado”.

“¿Quién puede ser este dios?” preguntaron los ancianos, mirando a Nicias con incredulidad. “Eso no lo puedo decir” respondió Nicias. “El oráculo mismo parece no saber su nombre. Ella sólo dijo esto…”.

Nicias hizo una pausa, investigando las caras ansiosas de sus colegas. Mientras tanto, el tumulto de un millar de cantos fúnebres que resonaban en la ciudad afectada a su alrededor.

 Nicias continuó: “… debemos mandar al menos un barco a Cnosos, en la isla de Creta, y traer a un hombre llamado Epiménides aquí a Atenas. La sacerdotisa me aseguró que él sabe cómo apaciguar a este dios ofendido, y por lo tanto liberar a la ciudad”.

“¿No hay ningún hombre con suficiente sabiduría aquí en Atenas?” soltó un anciano indignado. “¿Es que debemos pedir ayuda a… un extranjero?

“Si conoces un hombre lo suficientemente sabio aquí en Atenas, llamémoslo” respondió Nicias. “Si no, sigamos simplemente lo que nos dijo el oráculo”.

Un viento frío, frío como si estuvieran helados por el terror en Atenas, barrió el mármol blanco de la cámara del consejo en la colina de Marte. Un anciano tras otro se echaron la túnica magistral sobre los hombros y sopesaron las palabras de Nicias.

¡Ve en nombre nuestro!” dijo el presidente del consejo. “Trae a Epiménides, si escucha nuestra plegaria. Y si libera a nuestra ciudad, lo recompensaremos”.

Otros miembros del consejo estuvieron de acuerdo. La voz tranquila de Nicias se levantó, se inclinó ante la asamblea y abandonó la sala.

Descendiendo por la colina de Marte se dirigió al puerto del Pireo, a dos leguas de la Bahía de Falero. Un barco estaba allí anclado.

Epiménides se dirigió rápidamente a la orilla del Pireo, siguiendo a Nicias. Los dos hombres partieron de inmediato hacia Atenas, recuperando poco a poco sus "piernas terrestres" tras el largo viaje por mar desde Creta. A medida que entraban en la ya mundialmente famosa “ciudad de los filósofos”, comenzaban a ver señales de la plaga por todas partes.

Pero Epiménides notó también algo más: “¡Nunca he visto tantos dioses!”, exclamó a su guía, parpadeando con asombro. Falanges de ídolos alineados a ambos lado de la ruta desde el Pireo. Y todavía más dioses en la escarpada colina centenaria llamada la Acrópolis. Una generación posterior de atenienses construiría el Partenón allí.

“¿Cuántos dioses tiene Atenas?” agregó Epiménides.

“¡Algunos centenares al menos!” replicó Nicias.

“¡Algunos centenares!” exclamó Epiménides. “¡Es más fácil encontrar aquí dioses que hombres!” 1

“¡Bien dicho!” respondió sonriendo Nicias. “¿Quién sabe cuántos proverbios los hombres habrán acuñado sobre: “Atenas, la ciudad repleta de dioses” ¡Tanto como transportar rocas a una cantera como traer otro dios a nuestra ciudad!”.

Nicias se detuvo en su camino, reflexionando sobre sus propias palabras. “Y, sin embargo", comenzó a decir: "la sacerdotisa declara que los atenienses tenemos a otro dios que aplacar. Y usted, Epiménides, debe proporcionar el enlace necesario. Aparentemente a pesar de lo que he dicho, nosotros los atenienses necesitamos todavía a otro dios”.

De repente, Nicias echó la cabeza hacia atrás y se rió. “¡Por mi vida, Epiménides, no puedo adivinar que otro dios podría ser. ¡Los atenientes somos de lejos los mayores coleccionistas de dioses del mundo entero! “¡Hemos saqueado las teologías de muchos pueblos de nuestro entorno, reuniendo todas las deidades que podemos transportar a nuestra ciudad en carro o en barco!”

“Tal vez ese sea vuestro problema” dijo misteriosamente Epiménides.

Nicias parpadeó mirando a Epiménides sin comprender. Cómo le apetecía aclarar ese último comentario. Pero algo en el comportamiento de Epiménides le hizo callar. Momentos más tarde llegaron a un pórtico columnado con el suelo de mármol cerca de la cámara del consejo de la colina de Marte. El anuncio de la llegada de los dos hombres había llegado ya a los oídos de los ancianos de Atenas. El consejo les esperaba sentados.

 “Epiménides.estamos contentos por su…” comenzó diciendo el presidente de la asamblea.

“Sabios ancianos de Atenas, no tenéis necesidad de agradecerme” interrumpió Epiménides. “Mañana al amanecer traed un rebaño de ovejas un grupo de albañiles y un gran suministro de piedras y mortero a la ladera de hierba al pie de esta roca sagrada. Las ovejas tienen que ser todas sanas, y de colores diferentes: algunas blancas, algunas negras. Y debéis evitar que pasten después de su descanso nocturno. ¡Tienen que ser ovejas hambrientas! Ahora me voy a reposar de mi viaje. Llamadme al alba!”

Los miembros del consejo se intercambiaron miradas curiosas mientras Epiménides caminaba a través del pórtico columnado hacia una quieta alcoba, se envolvió con su capa a modo de manta y se sentó a meditar.

El presidente se volvió hacia el miembro joven del concilio y le ordenó:

“Ocúpate de que se cumpla todo lo que ha pedido”.

 “Las ovejas están aquí” dijo mansamente el miembro más joven del consejo. Epiménides, despeinado y adormecido por el sueño, salió de su lugar de descanso y siguió al mensajero hacia una pendiente con hierba en la base de la colina de Marte. Dos hileras, una de ovejas blancas y negras y otro de concejales, pastores y albañiles, esperaban bajo un sol naciente. Cientos de ciudadanos, demacrados por otra noche cuidando a los enfermos de peste y llorando a los muertos, se subieron a las colinas circundantes y observaron en suspenso.

Sabios ancianos”, comenzó a decir Epiménides, “vosotros habéis ya gastado grandes esfuerzos en ofrecer sacrificios a vuestros numerosos dioses, pero todo ha resultado inútil. Ahora yo ofreceré sacrificios basado en tres suposiciones bastante diferentes a las vuestras. Mi primera suposición…”

Todas las miradas estaban fijadas en el cretense alto; cada oído atento a recibir la siguiente palabra.

primero: es que hay otro dios implicado en el asunto de esta plaga, un dios cuyo nombre es desconocido, y que por tanto no está representado por ningún ídolo en vuestra ciudad.

Segundo: voy a asumir también que este dios es lo suficientemente grande y bueno para hacer algo con esta plaga, si solamente invocamos su nombre”

“¿Invocar un dios cuyo nombre no conocemos?” dijo sonriendo un anciano. “¿Es eso posible?”.

“La tercera suposición es mi respuesta a vuestra pregunta” exclamó Epiménides. “Esta suposición es muy simple. Cualquier dios lo suficientemente grande y bueno para hacer algo con la plaga es probablemente también lo suficientemente grande y bueno para reírse de vuestra ignorancia, ¡si reconocemos nuestra ignorancia y lo invocamos!”

 

Los murmullos de aprobación se mezclaron con los balidos de las ovejas hambrientas. Nunca antes los ancianos de Atenas habían escuchado una línea de pensamiento como esta. Pero, ¿por qué se preguntaban, las ovejas debían ser de diferentes colores?

 “¡Ahora!” clamó Epiménides, “¡preparaos para soltar las ovejas en esta ladera escarpada! Y una vez que las hayáis soltado, permitid que ellas pasten donde lo deseen. Pero dejen que cada hombre siga a cada animal y las observen cuidadosamente”. Luego mirando hacia el cielo, Epiménides oró con una voz rica, suprema y confiada: “¡Oh, Tú, dios no conocido! ¡He aquí la plaga que aflige a esta ciudad! Y si verdaderamente sientes compasión para perdonarnos y ayudarnos, ¡he aquí este rebaño de ovejas!

¡Revela tu voluntad respondiéndonos, te ruego, haciendo que cualquier oveja que a ti te plazca se acueste en la hierba en lugar de ponerse a pastar. Elige blanca, si blanca te place; negra si negra es tu deleite. Y aquellas que elijas las sacrificaremos, reconociendo nuestra lamentable ignorancia de tu nombre!”.

 

Epiménides sentado en la hierba, dobló su cabeza y mandó una señal a los pastores que cuidaban el rebaño. Lentamente los pastores se pusieron a un lado. Rápida y ansiosamente, las ovejas se extienden por la ladera y se pusieron a pastar. Epiménides, mientras tanto, estaba sentado como una estatua, con los ojos fijos en el suelo.

 

Es desesperante” un miembro del consejo con el ceño fruncido murmuró en voz baja. “Es temprano en la mañana, y pocas veces he visto un rebaño tan ansioso por pastar. Ninguna elegirá descansar hasta que su vientre esté lleno, ¿y quién creerá entonces que fue un dios el que hizo que se reclinara?”

“¡Epiménides debe haber elegido esta hora del día a propósito, entonces!” respondió Nicias. “¡Sólo así podemos saber que una oveja que se ha acostado hace esto por la voluntad de este dios no conocido y no por su propia decisión!”

 

Nicias había apenas acabado de hablar cuando un pastor gritó: “¡Mirad!” Todo ojo se dirigió a ver a un carnero elegido doblando sus rodillas recostándose sobre la hierba. “¡Y aquí hay otro!” rugió un miembro del consejo sobresaltado y asombrado. Unos minutos más tarde un número de ovejas elegidas yacían en la hierba ¡demasiado suculenta para que cualquier herbívoro hambriento se resistiera en circunstancias normales!

 

“¡Si una sola se hubiera echado por tierra, podríamos decir que estaba enferma!” exclamó el presidente del consejo. ¡Pero ésta! “¡Esta puede ser solamente una respuesta!”

 

Volviendo sus ojos sorprendidos hacia Epiménides le dijo: “¿Qué tenemos que hacer ahora?”

 

“Separad las ovejas que están descansando”, replicó el cretense, levantando su cabeza por primera vez desde que había clamado al dios no conocido “y marcad el lugar donde cada una yace. Luego que los albañiles edifiquen altares, ¡un altar por cada animal en el lugar donde han descansado!”.

Entusiastas albañiles se pusieron manos a la obra. A última hora de la tarde la mezcla para unir las piedras estaba lo suficientemente endurecida. Todos los altares estaban listos para ser utilizados.

Qué nombre le ponemos a este dios?

"¿Nombre?", respondió Epiménides pensativo. "La Deidad cuya ayuda buscamos ha tenido a bien responder a nuestra admisión de ignorancia. Si ahora pretendemos ser conocedores grabando el nombre cuando no tenemos la menor idea de cuál puede ser su nombre, ¡me temo que sólo lo ofenderemos!”

 

“No debemos correr ese riesgo” el presidente del consejo acotó. “Pero seguramente debe haber alguna manera apropiada de… para dedicar cada altar antes de ser utilizado”.

 “Tiene razón, sabio anciano” dijo Epiménides con una sonrisa un tanto rara. “Hay una manera. Simplemente inscribid las palabras: “agnosto theo” (al dios no conocido) al lado de cada altar. No necesitamos nada más”.

Los atenienses grabaron estas palabras tal como el consejero cretense había aconsejado. Luego sacrificaron cada oveja “dedicada” en el altar, marcando el lugar donde cada oveja había yacido.

Vino la noche. Al amanecer del día siguiente, el control mortal de la plaga sobre la ciudad había aflojado. En una semana, los afectados se recuperaron.

 Atenas se inundó con las alabanzas hacia “el dios no conocido” de Epiménides y estas alabanzas eran también para él, por haber traído esta ayuda tan sorprendente de una manera tan asombrosa.


Agradecidos ciudadanos colocaron guirnaldas de flores alrededor de ese grupo de altares sin pretensiones en la ladera de la colina de Marte. Más tarde tallaron una estatua de Epiménides en posición sentada y la colocaron ante sus templos.

Pero con el correr del tiempo, sin embargo, el pueblo de Atenas comenzó a olvidarse de la misericordiosa acción que el “dios no conocido” de Epiménides había derramado sobre ellos. Y al final, descuidaron sus altares en la ladera de la colina de Marte. Regresaron a adorar los centenares de dioses que habían probado ser incapaces de quitar la maldición que yacía sobre la ciudad. Los vándalos demolieron algunos de los altares y arrancaron las piedras de los demás. La hierba y el musgo invadieron las ruinas.

Hasta que un día, dos ancianos que recordaban el significado de los altares, se detuvieron ante ellos en el camino a casa del consejo. Apoyados en sus bastones, contemplaron con nostalgia las reliquias cubiertas de enredaderas. Un anciano quitó un trozo de musgo y leyó la antigua inscripción oculta debajo: "Agnosto theo". “¿Recuerdas, Demas?”

“¡Demas, a lo mejor piensas que soy un sacrílego, pero no puedo reprimir mi sensación de que si el "Dios desconocido" de Epiménides se nos revelara abiertamente, pronto podríamos prescindir de todos los demás!

“Si alguna vez Él se revelara”, dijo Demas pensativo, ¿Cómo podrá saber nuestro pueblo que Él que no es un dios extraño sino un Dios que ha ya participado en los asuntos de nuestra ciudad?”.

“Pienso que hay una sola manera de hacerlo”, replicó el primer anciano. “Debemos tratar de preservar al menos uno de estos altares como una evidencia para la posteridad. Y la historia de Epiménides debe de alguna manera quedar viva en nuestras tradiciones”

“¡Una gran idea!” exclamó Demas. “¡Mira! Hay uno que está todavía en buenas condiciones. Llamaremos a unos albañiles para limpiarlo y repararlo. Y mañana le recordaremos a todo el consejo la victoria que se obtuvo, hace ya mucho tiempo, sobre la plaga. ¡Conseguiremos que se apruebe una moción para incluir el mantenimiento de al menos este altar entre los expedientes de nuestra ciudad, para que sea recordado por mucho tiempo!”

Los dos ancianos estrecharon sus manos en señal de que estaban de acuerdo. Luego, cogidos del brazo, se alejaron por el camino chocando jubilosamente sus bastones contra las piedras de la colina de Marte.

 

¿En qué se basa el relato anterior?

Lo anterior está basado principalmente en una tradición registrada como histórica por Diógenes Laercio, un autor griego del III siglo a.C. en un trabajo clásico llamado: “La vida de eminentes filósofos” (volumen 1. Página 110). Los elementos básicos del relato de Diógenes son:

Epiménides, un héroe cretense, respondió a un pedido que le llegó de Atenas a través de un hombre llamado Nicias, pidiéndole de aconsejar a Atenas en el asunto de la plaga que la afligía. Epiménides obtuvo un rebaño de ovejas negras y blancas y las soltó en la colina de Marte, instruyendo a hombres de seguirlas y marcar los lugares donde alguna de ellas se fueran a recostar.”

El objetivo de Epiménides:

“El propósito aparente de Epiménides era de dar a cualquier dios interesado en el asunto de la plaga, una oportunidad para revelar su voluntad de ayudar. Él permitiría que las ovejas que le complacieran se acostaran a descansar. Esto sería una señal de que aceptaría esas ovejas si fueran ofrecidas en sacrificio. Ya que no habría nada inusual en que las ovejas se acostaran aparte de uno de sus períodos habituales de pastoreo, presumiblemente Epiménides llevó a cabo su experimento temprano en la mañana cuando las ovejas deberían estar más hambrientas.

Un número de ovejas se echaron sobre la hierba, y luego los atenienses las ofrecieron en sacrificio encima de los altares no conocidos, levantados especialmente para tal propósito. Así la plaga desapareció de la ciudad.”

Los lectores del Antiguo Testamento recordarán…

Los lectores del Antiguo Testamento recordarán que un héroe llamado Gedeón, buscando conocer la voluntad de Dios, colocó un vellón de lana (Jueces 6:36-38). Sin embargo Epiménides hizo algo mejor: ¡colocó el rebaño entero!

Según pasaje en las Leyes de Platón, Epiménides al mismo tiempo también profetizó que en diez años un ejército de Persia vendría a atacar a Atenas. Él aseguró a los atenienses que: “los enemigos persas regresarían con todas sus esperanzas frustradas, y que después sufrirían más problemas de los que ellos habían inflingido”. ¡Y esta profecía se cumplió!

El consejo ofreció a Epiménides un talento en monedas (unos 27.000 de hoy), pero él lo rechazó. “La única recompensa que quiero” dijo “es que nosotros aquí y ahora establezcamos un tratado de amistad entre Atenas y Cnossos”. Los atenienses aceptaron. Ratificaron un tratado con Cnossos y se aseguraron que Epiménides tuviese un regreso sin problemas hacia su hogar en Creta.


Platón, en ese mismo pasaje, rinde homenaje a Epiménides "ese hombre inspirado", y lo acredita como uno de los grandes hombres que ayudaron a la humanidad a descubrir los inventos perdidos durante "El gran diluvio”.

Otros detalles de este acontecimiento en lo que se refiere a la maldición provienen de un comentario al pie de página del tratado de Aristóteles: El arte de la retórica”, libro 3º, 17:10, encontrado en Biblioteca de clásicos Loeb, traducido por J.H.Freese y publicado en Cambridge, Massachusetts.

La explicación es nada menos que del oráculo de Delfos y de cómo la sacerdotisa Pitia instruyó a los atenienses para convocar a Epiménides. Éste se encuentra en la previamente mencionada referencia de la “Ley de Platón”.

Diógenes Laercio no menciona que las palabras agnosto theo” hayan sido inscriptas en los altares de Epiménides. Aquel dice que: “altares se pueden encontrar en diferentes partes de Ática sin nombre inscrito en ellos, que son los monumentos de esta expiación”.

Otros dos antiguos escritores: Pausanias en su “Descripción de Grecia” (volumen 1, 1:4) y Filóstrato de Atenas en su “Apolonio de Tiana” refiere a “altares al dios no conocido”, lo que implica que una inscripción a tal efecto fue grabada en ellos.

Un historiador del siglo I, llamado Lucas, había comprobado que dicha inscripción estaba grabada en al menos un altar de Atenas. Al describir las aventuras de Pablo, el famoso apóstol cristiano, Lucas menciona un encuentro terriblemente iluminado por el relato anterior de Epiménides:

“Mientras Pablo los esperaba en Atenas, se indignó profundamente al ver la gran cantidad de ídolos que había por toda la ciudad” nos dice Lucas en Hechos 17:16.

Si en los tiempos de Epiménides los atenienses se vanagloriaban de tener varios cientos de dioses, en los días de Pablo tiene que haber habido unos cientos más.

Cuando Pablo vio que Atenas prostituía el sagrado privilegio de la adoración del hombre delante de meras maderas y piedras, ¡se horrorizó! Él se puso manos a la obra inmediatamente.

Primero: “Discutía en la sinagoga con los judíos y  griegos piadosos…”,

(Hechos 17:17).

No es que los judíos y los griegos temerosos de Dios fueran los que practicaban la idolatría. En absoluto. Sin embargo, eran las personas más responsables de oponerse a la idolatría rampante en su ciudad.

…en la plaza cada día con los que concurrían” (Hechos 17:17).

¿Quiénes estaban allí por casualidad? ¿Y cómo reaccionaron? Lucas lo explica: “Algunos filósofos epicúreos y estoicos entablaron conversación con él. Unos decían: «¿Qué querrá decir este charlatán?” (¡Incluso un apóstol puede tener dificultades en la comunicación intercultural…!). “…Otros comentaban: «Parece que es predicador de dioses extranjeros» (Hechos 17:18)

¿Por qué expresaron este último comentario? Sin duda, los filósofos oyeron a Pablo hablar de Theos-Dios. Theos era un término familiar para ellos. Sin embargo ellos lo usaban comúnmente no como un nombre personal, sino como un término general para referirse a cualquier deidad, del mismo modo que “hombre” en español significa cualquier hombre y no se considera adecuado como nombre personal para ningún hombre.

Los filósofos deben haber sabido, sin embargo que Jenófanes, Platón y Aristóteles (tres grandes filósofos) usaron el nombre Theos como un nombre personal para referirse al Dios supremo, en sus escritos.

Dos siglos después de Platón y Aristóteles, los traductores de la Septuaginta (la primera versión en griego del Antiguo Testamento) se enfrentaron a un gran problema: el poder encontrar un equivalente adecuado para el nombre hebreo de Dios Elohim, en la lengua griega. Ellos rechazaron el nombre Zeus. Aunque Zeus era llamado "rey de los dioses", los teólogos paganos habían optado por hacer de Zeus el vástago de otros dos dioses: Cronos y Rea. Un vástago de otros seres no puede ser igual a Elohim, el cual no ha sido creado.

Finalmente los traductores de la Septuaginta reconocieron el uso fortuito que hacen los tres filósofos de Theos como nombre personal griego del Todopoderoso. ¡Theos, en este uso especial, era un nombre que en aquella época todavía no se usaba para referirse a Dios! Los traductores pues adoptaron el nombre Theos, para referirse a Dios. ¡Del mismo modo Pablo adoptó Theos en sus predicaciones y escritos del Nuevo Testamento!

Por lo tanto, puede que no fuera Theos, sino el nombre desconocido de Jesús lo que hizo que los filósofos pensaran que Pablo estaba "abogando por dioses extranjeros”. Quizás también se asombraron de que alguien quisiera traer todavía otro dios a Atenas, ¡capital mundial de los dioses!

Los atenienses, después de todo, deben haber necesitado algo equivalente a las “páginas amarillas” ¡sólo para mantener el control de las muchas deidades que estaban representadas en su ciudad!

¿De qué forma respondió Pablo a la sugerencia de que estaba defendiendo a dioses extranjeros superfluos en una ciudad ya saturada de dioses?:

Jesucristo le había ya dado a Pablo una fórmula magistral para tratar con los problemas de comunicación transcultural como este que tenía en Atenas. Hablándole a través de una visión tan persuasiva que llenó a Pablo de nuevas y brillantes ideas y que le dejó temporalmente ciego. Jesús había dicho: Te voy a librar de los judíos y también de los no judíos, a los cuales ahora te envío. Te mando a ellos para que les abras los ojos y no caminen más en la oscuridad, sino en la luz; para que no sigan bajo el poder de Satanás, sino que sigan a Dios; y para que crean en y reciban así el perdón de los pecados y una herencia en el pueblo santo de Dios.” Hechos 26:17-18 (versión “Dios habla hoy”).

La lógica de Jesús era impecable. Si la gente tenía que volverse de las tinieblas a la luz, sus ojos debían primero ser abiertos para ver la diferencia entre la oscuridad y la luz. ¿Y qué hace falta para abrir los ojos de alguien?:

¡Alguien que les abra los ojos!

¿Pero cómo podría Pablo, nacido judío y renacido cristiano, encontrar a “un abridor de ojos” para que comprendieran la verdad del Dios supremo en una ciudad como Atenas infestada de ídolos? Difícilmente podría esperar que un sistema religioso totalmente comprometido con el politeísmo obtuviera un reconocimiento de que el monoteísmo era mejor.

Ah, pero mientras Pablo caminaba y observaba (Hechos 17:23) encontró algo en el medio “del sistema” que no era “del” sistema: ¡un altar que no estaba asociado a ningún ídolo! Un altar que llevaba la inscripción: “al dios no conocido”. Pablo discernió una diferencia entre ese altar y el de los ídolos. Era su aliado: una comunicación clave que probablemente abriese las cerradas mentes y corazones de esos filósofos estoicos y epicúreos.

Cuando le invitaron a presentar sus puntos de vista formalmente en un ambiente más propicio para la discusión razonada que el mercado, Pablo estaba listo.

Pablo presenta su argumentación:

El lugar de celebración de Pablo fue una reunión de "El Aerópago", es decir: "la Sociedad de la colina de Marte", (un grupo de prominentes atenienses que se reunían en la colina de Marte para discutir asuntos de historia, filosofía o religión.). Fue en esta misma colina, aproximadamente seis siglos atrás, donde Epiménides trató el problema de la peste que había en Atenas.

Pablo podría haber lanzado su discurso de la colina de Marte simplemente llamando a las cosas por su nombre. Podría haber dicho: "¡Hombres de Atenas, con todas vuestras bellas filosofías seguís consintiendo la idolatría, si es que no la practicáis! ¡Arrepentíos o pereceréis!". ¡Y cada palabra bien podría haber sido cierta!

 

Los puntos que expuso Pablo a los filósofos:

Pablo fue el primero en comenzar con las siguientes palabras: “¡Varones atenienses!, en todo observo que sois muy religiosos (notable moderación, teniendo en cuenta lo mucho que Pablo detestaba la idolatría) porque pasando y observando vuestros objetos de adoración (algunos con los antecedentes de Pablo podrían haber preferido llamarlos "ídolos inmundos") hallé también un altar en el cual estaba esta inscripción: AL DIOS NO CONOCIDO”

Entonces Pablo expresó un pronunciamiento que había esperado siglos para ser dicho:

Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo os anuncio.”

(Hechos 17:22-23).

Ahora bien, ¿el Dios que proclamaba Pablo era realmente un dios “extranjero” como los filósofos sospechaban? ¡De ninguna manera! A través del razonamiento de Pablo, “Jehová”, el Dios judeo-cristiano, fue anticipado por el altar de Epiménides. Era por lo tanto un Dios que ya había intervenido en la historia de Atenas. ¡Seguramente Él tenía un derecho de que su nombre se proclamara allí!

Pero cabe preguntarse:

¿Pablo realmente entendió el trasfondo histórico de este altar y el concepto de un dios no conocido? ¡Hay evidencia que sí lo entendió! Porque Epiménides, además de su capacidad para arrojar luz sobre los turbios problemas de las relaciones entre el hombre y Dios, ¡también era poeta!

¡Y Pablo citó la poesía de Epiménides! Dejando a un misionero llamado Tito para fortalecer a las iglesias de Creta. Pablo más tarde escribió a Tito para darle instrucciones en su trato con los cretenses: Uno de ellos, su propio profeta, dijo: Los cretenses, siempre mentirosos, malas bestias, glotones ociosos. Este testimonio es verdadero; por tanto, repréndelos duramente, para que sean sanos en la fe” (Tito 1:12-13).

Las palabras que Pablo citó provienen de un poema que se atribuye a Epiménides (Enciclopedia Británica, versión inglesa, Micropedia,15ª edición, volumen 3, página 924).

Pablo se refirió a Epiménides como un profeta:

Notemos también que Pablo se refirió a Epiménides como “un profeta”. La palabra griega es: “propheetees”, la misma palabra que Pablo usaba comúnmente para referirse a los profetas sea en el Antiguo que en el Nuevo Testamento. ¡Y seguramente Pablo no hubiera honrado a Epiménides con el título de profeta aparte del conocimiento que tenía del carácter y los hechos de Epiménides! ¡Un hombre al que Pablo podía citar para reprender a otros por ciertos rasgos de maldad a esta gente, era, implícitamente, considerado por Pablo como no culpable de estos mismos rasgos!

Además, en su discurso de la Colina de Marte, Pablo afirma que Dios “ha hecho de un solo hombre hizo todas las naciones[a] para que habitaran toda la tierra; y determinó los períodos de su historia y las fronteras de sus territorios. Esto lo hizo Dios para que todos lo busquen y, aunque sea a tientas, lo encuentren. En verdad, él no está lejos de ninguno de nosotros” (Hechos 17:26-27)

Estas palabras puede constituir una referencia oblicua a Epiménides como un ejemplo de un hombre pagano que buscó y encontró un Dios quien, aunque no conocía su nombre ¡no estaba en realidad muy lejano!

Presumiblemente los miembros de la Sociedad de la colina de Marte estaban también familiarizados con la historia de Epiménides de los escritos de Platón, Aristóteles y otros. Ellos debieron escuchar con admiración cuando Pablo comenzó su discurso sobre esa perspicaz base transcultural.

¿Pero podía este apóstol cristiano, que estudió a los pies de Gamaliel, el erudito judío, mantener la atención el tiempo suficiente para hacerles llegar el evangelio a estos hombres que tenían sólidos conocimientos de la lógica de Platón y Aristóteles?

Tras su sorprendente discurso inicial, el éxito de Pablo en la parte principal de su intervención dependería de una cosa: llamada: "lógica sin fisuras". Mientras que cada una de las afirmaciones sucesivas de Pablo se conectaran lógicamente con las anteriores, los filósofos seguirían escuchando. Pero si Pablo hubiese dejado un hueco en su razonamiento, ¡los filósofos lo habrían cortado de inmediato!

Esta era una regla del entrenamiento filosófico que habían recibido, una disciplina que ellos se auto impusieron, y exigirían con el mismo rigor a cualquier extraño que pretendiera tener propuestas dignas de su atención.

¿Podía pasar el evangelio de Pablo un escrutinio tan severo?: Durante varios minutos a Pablo le fue muy bien.

Lo que Pablo expresó:
Pablo comenzó con el testimonio del altar de Epiménides, 
2º Luego procedió con la evidencia de la creación.
3º Inmediatamente pasó de la evidencia de la creación a la inconsistencia de la idolatría. Para entonces, había trabajado su posición hasta el punto de poder identificar la idolatría ateniense como "ignorancia" sin perder su audiencia.

Prosiguió diciendo: Theos ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó” (Hechos 17:30-31).

En otras palabras, habiendo encontrado a alguien que le abriera los ojos a los atenienses (o sea, él mismo) para subir al “primer piso”, Pablo ahora se dirigía al “segundo piso” en obediencia al segundo mandamiento de Jesús: él estaba procurando que los atenienses se volviesen “¡de la oscuridad a la luz!”.

5º Luego siguió adelante con su discurso: “dando fe a todos con haberle levantado de los muertos.”

Y aquí, por primera vez, Pablo dejó un vacío en la lógica de su discurso en la colina de Marte. Mencionó la resurrección del hombre que Dios autorizó para juzgar al mundo sin explicar primero cómo y por qué tuvo que morir en primer lugar.

6º Los filósofos se abalanzaron enseguida, para su propio empobrecimiento espiritual: Pero cuando oyeron lo de la resurrección de los muertos, unos se burlaban, y otros decían: Ya te oiremos acerca de esto otra vez. Y así Pablo salió de en medio de ellos.” (Hechos 17:32- 33).

El logro de Pablo:

Pablo había ya expuesto la inconsistencia de tolerar la idolatría, es más, él realmente instigaba la idolatría. ¡Esto no es un logro menor entre un grupo de hombres que se esforzaron por ser coherentes! Como buscadores de la verdad, deberían haber seguido con Pablo las implicaciones de, al menos, sus comentarios iniciales, en lugar de culparle por un posterior tecnicismo.

En absoluto, desacreditaron a Pablo por su mención a la resurrección: “Algunas personas se unieron a Pablo y creyeron. Entre ellos estaba Dionisio, miembro del Areópago” (Hechos 17:34).

La tradición del segundo siglo dice que ¡Dionisio fue el primer obispo (pastor/anciano) de Atenas! Su nombre se deriva de Dionisio, ¡un dios griego cuya teología incluye el concepto de la muerte y la resurrección!

¿Podría haber una conexión entre ese concepto y la respuesta personal de Dionisio a un hombre (Pablo) que defendía tan audazmente la enseñanza de la resurrección?

Más tarde el apóstol Juan…

Más tarde el apóstol Juan, continuando con el enfoque de Pablo a la mente filosófica griega, se apropió de un término favorito entre los estoicos: el Logos, un título que se usa para Jesucristo. Un filósofo griego llamado Heráclito usó por primera vez el término Logos alrededor del 600 a.C. para designar la razón divina o plan que coordina un universo cambiante. Logos significa “la palabra, el verbo”.

Juan representó a Jesucristo como el cumplimiento de ambas cuando escribió: “En el principio ya existía la Palabra (Logos); y aquel que es la Palabra (Logos) estaba con Dios (Theos) y el (Logos) era Dios (Theos)... Y Aquel que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros.” (Juan 1:1, 14).

Con este acercamiento vital de ambos términos griegos: Theos y Logos en relación a Elohim y Jesucristo, ¡el cristianismo se presenta a mismo como la realización, en lugar de la destrucción, de algo válido en la filosofía griega!

En efecto, tales términos y conceptos ¡fueron claramente considerados por los emisarios cristianos a los griegos como ordenados por Dios para preparar la mente griega para el evangelio! Ellos encontraron estos términos fortuitos filosóficos para ser tan válidas como las metáforas mesiánicas del Antiguo Testamento como " El Cordero de Dios" y “El León de la tribu de Judá”. Y utilizaron ambos conjuntos de terminología con igual libertad para situar a la persona de Jesucristo en el contexto de la cultura judía y griega, respectivamente.