En su libro “Año 312. Constantino: emperador, no cristiano” (Laberinto, 2010), la profesora Pepa Castillo explica:
"En noviembre de 324, Constantino celebró su victoria otorgando los títulos de augustas a su madre Helena y a su esposa Fausta, mientras que su hijo menor, el futuro Constancio II, era nombrado césar. Oriente entero pertenecía ahora a Constantino, quien sin perder un momento se entregó a la tarea de arreglar los asuntos religiosos en los territorios de Licinio, ordenando la puesta en libertad de todos los cristianos condenados a trabajos forzados, el regreso de los que habían sido exiliados y la devolución de todas las propiedades, particulares o de la corporación, que les habían confiscado. Además, alentó a los obispos a reparar las iglesias dañadas y a construir nuevas allí donde creyesen que fuese necesario.
Por fin Constantino había visto cumplidas sus ambiciones: se había convertido en el único emperador del Imperio romano después de salir triunfador en dos guerras civiles, primero con Majencio y después con Licinio." (Página 165)
Un único emperador, un único dios
"La escalada de Constantino hacia el trono había comenzado con la muerte de su padre en Euburaco (York), el 25 de julio del año 306. (...)
Durante estos dieciocho años, Constantino tuvo a su lado primero a Hércules, después al Sol Invicto-Apolo y en su avance hacia Oriente al dios de los cristianos. El emperador tenía junto a él a un único dios, pero, ¿era realmente el dios de los cristianos o seguía siendo el Sol Invicto-Apolo? ¿Se convirtió realmente al cristianismo? Y si lo hizo, ¿cuándo y qué razones le movieron a tomar tal decisión?(...)
Para una gran parte de la historiografía actual, Constantino abrazó el cristianismo tras su victoria sobre Majencio, pues la visión o sueño sobre la cruz le mostraron que su victoria había sido obra de un dios único, el dios de los cristianos, y por esa razón, meses después, en febrero de 313, publicó el edicto de Milán. Hay quienes, siguiendo fielmente el testimonio de Zósimo (NH, 2.29 .2-4), sitúan la conversión inmediatamente después de los asesinatos de su hijo Crispo y de su esposa Fausta en 326, cuando por indicaciones de un egipcio llegado de Hispania, el obispo Osio de Córdoba, el emperador abandonó sus creencias ancestrales por la nueva fe que le perdonaba sus crímenes tan execrables. Por último, una minoría retrasa la conversión hasta el momento en que fue bautizado, poco antes de su muerte en 337, pero retrasar el bautismo hasta casi el lecho de muerte era por entonces muy habitual, lo más práctico para iniciar el viaje al más allá libre de pecados." (Páginas 169-170)
"Pero Constantino nunca abrazó la fe cristiana. Su interés por los cristianos era más político y práctico que confesional. El único emperador del Imperio, siguió practicando sin ninguna reserva las prácticas propias de la religión pagana; al fin y al cabo, él era ahora Pontífice Máximo y como salvaguarda de los cultos tradicionales actuó siempre como lo hicieron los emperadores que le precedieron. Sin embargo, no podemos negar un acercamiento por su parte hacia los seguidores de la nueva fe, incluso un interés personal por favorecerlos. (...)"
El principal problema de tan dudosa conversión es la naturaleza de los textos que nos hablan sobre la misma y sobre la posición de Constantino frente a la nueva religión.(...)" (Página 171)
Ambigüedad y política religiosa de Constantino
"El Imperio romano era todavía mayoritariamente pagano, ya que sólo un quince por ciento de la población era cristiana. Por eso, no era adecuado que un emperador cristiano apareciese ante sus súbditos como tal, de manera que Constantino se vio obligado a compaginar los cultos tradicionales con la nueva religión, utilizando indistintamente signos de ambos. (...) Constantino era ante todo un emperador romano, y el peso de la tradición le definía no como un emperador cristiano, sino como un emperador pagano.
Hay evidencias suficientes (...) para sostener que Constantino no adoptó nunca una política hostil hacia los cultos tradicionales, que fue un emperador respetuoso con la religión de sus antepasados, participó en los rituales como Pontífice Máximo que era y veló por la pureza y el cumplimiento de las ceremonias rituales. Con todo, la religión no fue una de sus principales preocupaciones, aunque, como defensor de la romanidad, sus disposiciones pretendían devolver a la religión romana sus usos arcaicos, eliminando aquellas prácticas que eran ajenas a la "costumbre de los antepasados" (mos maiorum)." (Páginas 176-177)
"Los colegios sacerdotales tampoco sufrieron grandes cambios bajo Constantino, quien no dudó en concederles nuevos privilegios y crear nuevos sacerdocios consagrados al culto imperial. Y así, el ejercicio de un cargo sacerdotal, siguió siendo una función apetecible y un importante escalón en la carrera política.
Un último aspecto (...) es el culto imperial. una institución que Constantino mantuvo y promocionó, pues (...) fue objeto de culto imperial en todas sus formas: fue aclamado públicamente en innumerables ocasiones; su imagen era objeto de veneración y, por mucho que lo negase Eusebio (VC., 4.16), la estatua sedente monumental que se ubicó en la basílica de Majencio o la que se levantó en Constantinopla sobre una columna de pórfido lo demuestran, su genius, el ser divino que ayudaba a todo individuo desde que nacía hasta que moría, también fue venerado; y, por último, su fuerza divina (numen). Solo introdujo una novedad, aunque no sabemos a ciencia cierta si se generalizó o sólo se aplicó en Hispellum (Spello), donde un rescripto de emperador datado hacia el año 337 autorizó la construcción y dedicación de un templo a la familia imperial a condición de que nunca se celebrasen en él sacrificios cruentos.
Otras prácticas religiosas se siguieron manteniendo sin apenas cambios, como los juegos (ludi), de gran importancia para la cohesión política y social; o las visitas a santuarios y templos de la religión romana tradicional, sobre todo en la ciudad de Roma." (Página 183)
"La construcción de estas basílicas no supuso la expropiación de ninguna propiedad particular ni de ningún templo. Los solares o bien eran propiedades imperiales o cementerios cristianos junto a las murallas de la ciudad. El corazón de Roma siguió siendo el territorio de los dioses paganos; los lugares de culto de la nueva religión estaban situados extramuros, así que si algo cambió no fue el paisaje urbano, sino el suburbano, pues las basílicas cristianas se construyeron al otro lado de la muralla, más allá del límite sagrado del suelo urbano que había sido fijado por los augures y dentro del cual se levantaban los templos de los dioses romanos." (Página 188)
"(...) En esta coyuntura, poco le importó disfrazarse de cristiano y sustituir en su teología política del "dios único supremo", al Sol Invicto por el Dios de los cristianos. Los dos dioses encajaban perfectamente con el lema "un único emperador, un único dios", los dos eran compañeros del emperador y los dos le garantizaban la victoria. Ése era el discurso teológico-político que ahora le era útil en Oriente. Con todo, Constantino nunca se convirtió al cristianismo, sólo pactó con la Iglesia cristiana y la jerarquía eclesiástica su triunfo en Oriente." (Página 193)
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