En su libro “Año 312. Constantino: emperador, no cristiano” (Laberinto, 2010), la profesora Pepa Castillo escribe:
“… un segundo sínodo, esta vez en
Arlés, el 1 de agosto de 314, al que también acudió el emperador y en el que la
participación obispal fue mayoritaria, al contrario de los que había ocurrido
en Roma. En esta ocasión, la cuestión donatista no fue el único tema que se
abordó, pues se habló también del celibato del clero, de la consagración de los
obispos, de la fecha de la Pascua, del escabroso tema del segundo bautismo y de
los cristianos que servían en el ejército romano.
En este segundo concilio, la
Iglesia volvió a inclinarse hacia Cecilio y se reafirmó en la idea de que los
sacramentos administrados por un ministro de culto eran plenamente válidos por
la intercesión divina, al margen de la entereza moral de quien los
administrara; sin embargo, los donatistas seguían sin dar su brazo a torcer. Se
estaban convirtiendo en un grave problema para el Imperio y, a pesar de que el
Edicto de Milán había proclamado la tolerancia religiosa, Constantino no dudó
en ordenar la expropiación de los bienes de esta tendencia que minaba la unidad
de la Iglesia y, en consecuencia, también la del Imperio. (…) Era la primera
vez que se ponía en práctica una forma de jurisdicción que era a la vez
eclesiástica e imperial, y por ello la rebeldía manifestada por los donatistas
ante las sentencias conciliares fue vista como una amenaza al bien común que
contravenía a la autoridad eclesiástica y a la imperial. Constantino no podía
consentir tal proceder…” (Páginas 154-155)
Anfiteatro romano en Arlés (Francia) |
Año 320
"En el año 320, Constantino asoció a su otro hijo al trono (...), y al año siguiente sus dos hijos Crispo y Constantino II ocuparon el consulado, pero sin ser reconocidos como tales en Oriente, donde Licinio reclamaba el consulado para él y su hijo. La balanza de poder estaba inclinada hacia Occidente y nuevamente se había roto la concordia entre los augustos.
Lejos de disminuir, la tirantez entre ambos emperadores fue en aumento. En la práctica política no había ninguna colaboración, la legislación tampoco era conjunta y Licinio no puso en marcha una política religiosa conforme a los acuerdos de Milán. La política de tolerancia suscrita por los dos emperadores fue abandonada por Licinio, que no tardó en aprobar algunas medidas represivas contra los cristianos, como la expulsión de muchos de ellos del servicio imperial, la prohibición de reunirse para el culto en las iglesias, permitiéndolo sólo fuera de la ciudad y separados los hombres de las mujeres. Además, negó a los obispos el derecho a reunirse e incluso hubo algún caso de arresto y ejecución." (Página 163)
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