Los atenienses
La plaga sobre Atenas:
“Dinos, Nicias, ¿qué consejo ha enviado contigo
la sacerdotisa del Oráculo
de Delfos, la Pitia? ¿Por qué ha venido esta plaga sobre nosotros? ¿Y por qué nuestros numerosos sacrificios
no sirvieron de nada?”.
Nicias,
con los ojos fríos, se enfrentó directamente al presidente del consejo. “La sacerdotisa declara que nuestra
ciudad está bajo una terrible maldición. Un cierto dios ha mandado esta maldición por el
grave crimen de traición del rey Megacles contra los seguidores de Cilón”.
“¡Si, sí! Ahora recuerdo” dijo
otro miembro del consejo con tristeza. “Megacles
obtuvo la rendición de los seguidores de Cilón con la promesa de amnistiarlos. ¡Pero muy pronto
violó su promesa
y los mató! Pero, ¿qué dios sigue sosteniendo este crimen
contra nosotros? ¡Hemos ofrecido sacrificios expiatorios a todos los dioses!”
“No es así”, replicó Nicias. “La sacerdotisa dice que todavía hay otro dios que continúa sin ser aplacado”.
“¿Quién
puede ser este dios?” preguntaron los ancianos, mirando
a Nicias con incredulidad. “Eso no lo puedo decir” respondió
Nicias. “El oráculo mismo parece no saber
su nombre. Ella sólo dijo esto…”.
Nicias
hizo una pausa, investigando las caras ansiosas de sus colegas. Mientras tanto,
el tumulto de un millar
de cantos fúnebres
que resonaban en la ciudad
afectada a su alrededor.
“¿No hay ningún hombre con suficiente
sabiduría aquí en Atenas?” soltó un anciano indignado. “¿Es que debemos pedir ayuda a… un
extranjero?
“Si conoces un hombre lo suficientemente
sabio aquí en Atenas, llamémoslo” respondió Nicias. “Si no, sigamos simplemente lo que nos dijo
el oráculo”.
Un
viento frío, frío como si estuvieran
helados por el terror en Atenas, barrió el mármol blanco de la cámara del
consejo en la colina de Marte. Un anciano tras otro se echaron la túnica magistral
sobre los hombros y sopesaron las palabras de Nicias.
¡Ve en nombre nuestro!” dijo
el presidente del consejo. “Trae a
Epiménides, si escucha nuestra plegaria. Y si libera a nuestra ciudad, lo recompensaremos”.
Otros
miembros del consejo estuvieron de acuerdo. La voz tranquila de Nicias se
levantó, se inclinó ante la asamblea y abandonó la sala.
Descendiendo por la colina de Marte se dirigió al puerto del Pireo, a dos leguas de la Bahía de Falero. Un barco estaba allí anclado.
Epiménides se dirigió rápidamente a la orilla
del Pireo, siguiendo a Nicias. Los dos hombres partieron de inmediato hacia Atenas, recuperando poco a poco sus "piernas terrestres" tras el largo viaje por mar desde Creta. A medida que entraban en la ya
mundialmente famosa “ciudad de los filósofos”, comenzaban a ver señales de la
plaga por todas partes.
Pero
Epiménides notó también algo más: “¡Nunca
he visto tantos dioses!”, exclamó a su guía, parpadeando con asombro.
Falanges de ídolos alineados a ambos lado de la ruta desde el Pireo. Y todavía
más dioses en la escarpada colina centenaria llamada la Acrópolis. Una generación posterior de atenienses construiría
el Partenón allí.
“¿Cuántos dioses tiene Atenas?” agregó Epiménides.
“¡Algunos centenares al menos!” replicó Nicias.
“¡Algunos
centenares!” exclamó Epiménides. “¡Es más fácil encontrar aquí dioses que hombres!” 1
“¡Bien dicho!” respondió
sonriendo Nicias. “¿Quién sabe cuántos
proverbios los hombres habrán acuñado
sobre: “Atenas, la ciudad repleta de dioses” ¡Tanto como transportar
rocas a una cantera como traer otro dios a nuestra ciudad!”.
Nicias se detuvo en su camino,
reflexionando sobre sus propias palabras. “Y, sin embargo", comenzó a decir: "la sacerdotisa declara que los atenienses tenemos a otro dios que
aplacar. Y usted, Epiménides, debe proporcionar el enlace necesario.
Aparentemente a pesar de lo que he dicho, nosotros los atenienses necesitamos
todavía a otro dios”.
De
repente, Nicias echó la cabeza hacia atrás y se rió. “¡Por mi vida, Epiménides, no puedo adivinar que otro dios podría ser.
¡Los atenientes somos de lejos los mayores coleccionistas de dioses del mundo
entero! “¡Hemos saqueado las teologías de muchos pueblos de nuestro entorno,
reuniendo todas las deidades que podemos transportar a nuestra ciudad en carro
o en barco!”
“Tal vez ese sea vuestro
problema” dijo misteriosamente Epiménides.
Nicias
parpadeó mirando a Epiménides sin comprender. Cómo le apetecía aclarar ese último comentario. Pero algo en el comportamiento de Epiménides le hizo callar. Momentos más
tarde llegaron a un pórtico columnado con el suelo de mármol cerca de la cámara
del consejo de la colina de Marte.
El anuncio de la llegada
de los dos hombres había
llegado ya a los oídos de los ancianos
de Atenas. El consejo les esperaba sentados.
“Epiménides.estamos
contentos por su…” comenzó diciendo el presidente de la asamblea.
“Sabios ancianos de Atenas, no tenéis
necesidad de agradecerme” interrumpió Epiménides. “Mañana al
amanecer traed un rebaño de ovejas un grupo de albañiles y un gran suministro de piedras y mortero a la ladera de hierba al pie de esta roca
sagrada. Las ovejas tienen que ser todas sanas, y de colores diferentes:
algunas blancas, algunas negras. Y debéis evitar que pasten después
de su descanso nocturno. ¡Tienen
que ser ovejas hambrientas! Ahora me voy a
reposar de mi viaje. Llamadme al alba!”
Los
miembros del consejo se intercambiaron miradas curiosas mientras Epiménides caminaba a través del pórtico columnado hacia una quieta
alcoba, se envolvió con su capa a modo de manta y se sentó a meditar.
El presidente se volvió hacia el miembro
joven del concilio
y le ordenó:
“Ocúpate de que se cumpla todo lo que ha pedido”.
“Sabios ancianos”, comenzó a decir
Epiménides, “vosotros habéis ya gastado
grandes esfuerzos en ofrecer sacrificios a vuestros numerosos dioses, pero todo
ha resultado inútil. Ahora yo ofreceré sacrificios basado en tres suposiciones
bastante diferentes a las vuestras. Mi primera suposición…”
Todas las miradas estaban fijadas
en el cretense alto; cada oído atento a recibir la siguiente palabra.
“…primero: es que hay otro dios implicado en el asunto de esta
plaga, un dios cuyo nombre es desconocido, y que por tanto no está representado
por ningún ídolo en vuestra ciudad.
Segundo: voy a asumir también
que este dios
es lo suficientemente grande
y bueno para hacer algo con esta plaga, si solamente invocamos su nombre”
“¿Invocar
un dios cuyo nombre no conocemos?” dijo sonriendo un anciano. “¿Es eso posible?”.
“La tercera
suposición es mi respuesta a vuestra pregunta” exclamó
Epiménides. “Esta suposición es muy
simple. Cualquier dios lo suficientemente grande y bueno para hacer algo con la
plaga es probablemente también lo suficientemente grande y bueno para reírse de
vuestra ignorancia, ¡si reconocemos nuestra ignorancia y lo invocamos!”
Los murmullos de aprobación se
mezclaron con los balidos de las ovejas hambrientas. Nunca antes los ancianos
de Atenas habían escuchado una línea de pensamiento como esta. Pero,
¿por qué se preguntaban, las ovejas
debían ser de diferentes colores?
¡Revela tu voluntad respondiéndonos, te
ruego, haciendo que cualquier oveja que a ti te plazca se acueste en la hierba
en lugar de ponerse a pastar. Elige blanca, si blanca te place; negra si negra
es tu deleite. Y aquellas que Tú elijas las sacrificaremos, reconociendo nuestra lamentable
ignorancia de tu nombre!”.
Epiménides sentado en la hierba, dobló su cabeza
y mandó una señal a los
pastores que cuidaban el rebaño. Lentamente los pastores se pusieron a un lado. Rápida y ansiosamente, las ovejas se extienden por la ladera
y se pusieron a pastar.
Epiménides, mientras tanto, estaba sentado como una estatua, con los ojos fijos
en el suelo.
“Es desesperante” un
miembro del consejo con el ceño fruncido murmuró en voz baja. “Es temprano
en la mañana, y pocas veces he visto un rebaño
tan ansioso por pastar. Ninguna elegirá descansar hasta que su vientre esté
lleno, ¿y quién creerá entonces que fue un dios el que hizo que se reclinara?”
“¡Epiménides
debe haber elegido
esta hora del día a propósito, entonces!” respondió
Nicias. “¡Sólo así podemos saber que una
oveja que se ha acostado hace esto por la voluntad de este dios no conocido y
no por su propia decisión!”
Nicias había apenas acabado de
hablar cuando un pastor gritó: “¡Mirad!” Todo
ojo se dirigió a ver a un carnero elegido doblando sus rodillas recostándose
sobre la hierba. “¡Y aquí hay otro!” rugió
un miembro del consejo sobresaltado y asombrado. Unos minutos más tarde un número de ovejas elegidas yacían en la hierba
¡demasiado suculenta para que cualquier herbívoro hambriento se resistiera en
circunstancias normales!
“¡Si una sola se hubiera echado por tierra,
podríamos decir que estaba enferma!” exclamó el presidente del consejo. “¡Pero ésta! “¡Esta puede ser
solamente una respuesta!”
Volviendo
sus ojos sorprendidos hacia Epiménides le dijo: “¿Qué tenemos que hacer ahora?”
“Separad las ovejas que están descansando”, replicó
el cretense, levantando su cabeza
por primera vez desde que había clamado
al dios no conocido “y marcad el lugar donde cada una yace. Luego que los albañiles
edifiquen altares, ¡un altar por cada animal en el lugar donde han descansado!”.
Entusiastas albañiles se pusieron manos
a la obra. A última
hora de la tarde
la mezcla para unir las
piedras estaba lo suficientemente endurecida. Todos los altares estaban listos para ser utilizados.
Qué nombre le ponemos a este dios?
"¿Nombre?", respondió
Epiménides pensativo. "La Deidad
cuya ayuda buscamos ha tenido a bien responder a nuestra admisión
de ignorancia. Si
ahora pretendemos ser conocedores grabando el nombre cuando no tenemos la menor
idea de cuál puede ser su nombre, ¡me temo que sólo lo ofenderemos!”
“No
debemos correr ese riesgo” el presidente del consejo acotó. “Pero seguramente debe haber alguna
manera apropiada de… para dedicar
cada altar antes de ser utilizado”.
Los atenienses grabaron estas palabras tal como el consejero cretense había aconsejado. Luego sacrificaron cada oveja “dedicada” en el altar, marcando el lugar donde cada oveja había yacido.
Vino la noche. Al amanecer del día siguiente, el control mortal de la plaga sobre la ciudad había aflojado. En una semana, los afectados se recuperaron.
Agradecidos ciudadanos colocaron guirnaldas de flores alrededor de ese grupo de altares sin pretensiones en la ladera de la colina de Marte. Más tarde tallaron una estatua de Epiménides en posición sentada y la colocaron ante sus templos.
Pero con el correr del tiempo, sin embargo, el pueblo de Atenas comenzó a olvidarse de la misericordiosa acción que el “dios no conocido” de Epiménides había derramado sobre ellos. Y al final, descuidaron sus altares en la ladera de la colina de Marte. Regresaron a adorar los centenares de dioses que habían probado ser incapaces de quitar la maldición que yacía sobre la ciudad. Los vándalos demolieron algunos de los altares y arrancaron las piedras de los demás. La hierba y el musgo invadieron las ruinas.
Hasta que un día, dos ancianos que recordaban el significado de los altares, se detuvieron ante ellos en el camino a casa del consejo. Apoyados en sus bastones, contemplaron con nostalgia las reliquias cubiertas de enredaderas. Un anciano quitó un trozo de musgo y leyó la antigua inscripción oculta debajo: "Agnosto theo". “¿Recuerdas, Demas?”
“¡Demas, a lo mejor piensas que soy un sacrílego, pero no puedo reprimir mi sensación de que si el "Dios desconocido" de Epiménides se nos revelara abiertamente, pronto podríamos prescindir de todos los demás!
“Si alguna vez Él se revelara”, dijo Demas pensativo, “¿Cómo podrá saber nuestro pueblo que Él que no es un dios extraño sino un Dios que ha ya participado en los asuntos de nuestra ciudad?”.
“Pienso que hay una sola manera de hacerlo”, replicó el primer anciano. “Debemos tratar de preservar al menos uno de estos altares como una evidencia para la posteridad. Y la historia de Epiménides debe de alguna manera quedar viva en nuestras tradiciones”
“¡Una gran idea!” exclamó Demas. “¡Mira! Hay uno que está todavía en buenas condiciones. Llamaremos a unos albañiles para limpiarlo y repararlo. Y mañana le recordaremos a todo el consejo la victoria que se obtuvo, hace ya mucho tiempo, sobre la plaga. ¡Conseguiremos que se apruebe una moción para incluir el mantenimiento de al menos este altar entre los expedientes de nuestra ciudad, para que sea recordado por mucho tiempo!”
Los dos ancianos estrecharon sus manos en señal de que estaban de acuerdo. Luego, cogidos del brazo, se alejaron por el camino chocando jubilosamente sus bastones contra las piedras de la colina de Marte.
¿En qué se basa el relato anterior?
Lo anterior está basado principalmente en una
tradición registrada como histórica por Diógenes Laercio, un autor griego del
III siglo a.C. en un trabajo clásico llamado: “La vida de eminentes filósofos” (volumen 1. Página 110). Los
elementos básicos del relato de Diógenes son:
“Epiménides, un héroe cretense, respondió a un pedido que le llegó de
Atenas a través de un hombre llamado Nicias, pidiéndole de aconsejar a Atenas en el asunto
de la plaga que la afligía. Epiménides obtuvo un rebaño de ovejas negras y blancas y las soltó
en la colina de Marte,
instruyendo a hombres de seguirlas y marcar los lugares donde alguna de ellas se fueran
a recostar.”
El objetivo de Epiménides:
“El propósito aparente de Epiménides era de dar a cualquier dios interesado en
el asunto de la plaga, una oportunidad para revelar su voluntad de ayudar. Él
permitiría que las ovejas que le complacieran se acostaran a descansar. Esto
sería una señal de que aceptaría esas ovejas si fueran ofrecidas en sacrificio. Ya que no habría nada inusual en que las ovejas se acostaran aparte de uno de sus
períodos habituales de pastoreo, presumiblemente Epiménides llevó a cabo su experimento temprano
en la mañana cuando las
ovejas deberían estar más hambrientas.
Un número de ovejas se echaron sobre la hierba, y luego los
atenienses las ofrecieron en sacrificio encima de los altares no conocidos,
levantados especialmente para tal propósito. Así la plaga desapareció de la
ciudad.”
Los lectores
del Antiguo Testamento recordarán…
Los lectores del Antiguo Testamento recordarán
que un héroe llamado Gedeón, buscando conocer la voluntad de Dios, colocó un
vellón de lana (Jueces 6:36-38). Sin embargo Epiménides hizo algo mejor: ¡colocó el rebaño entero!
Según pasaje
en las Leyes de
Platón, Epiménides al mismo tiempo
también profetizó que en diez años un ejército
de Persia vendría
a atacar a Atenas.
Él aseguró a los atenienses que: “los
enemigos persas regresarían con todas sus esperanzas frustradas, y que después
sufrirían más problemas de los que ellos habían inflingido”. ¡Y esta
profecía se cumplió!
El consejo
ofreció a Epiménides un talento en monedas (unos
27.000 € de hoy), pero él lo rechazó. “La única recompensa que quiero” dijo “es que nosotros aquí y ahora establezcamos
un tratado de amistad entre Atenas y Cnossos”. Los atenienses aceptaron. Ratificaron un tratado con Cnossos y se aseguraron que Epiménides
tuviese un regreso sin problemas hacia su hogar en Creta.
Platón, en
ese mismo pasaje, rinde homenaje a Epiménides "ese hombre
inspirado", y lo acredita como uno de los grandes hombres que ayudaron a la humanidad a descubrir los inventos perdidos durante "El gran
diluvio”.
Otros detalles de este acontecimiento en lo que
se refiere a la maldición provienen de un comentario al pie de página del tratado de Aristóteles: “El
arte de la retórica”, libro 3º, 17:10, encontrado en Biblioteca de clásicos
Loeb, traducido por J.H.Freese y publicado en Cambridge, Massachusetts.
La explicación es nada menos que del oráculo de
Delfos y de cómo la sacerdotisa Pitia instruyó a los atenienses para convocar a
Epiménides. Éste se encuentra en la previamente mencionada referencia de la “Ley de Platón”.
Diógenes Laercio
no menciona que las palabras
“agnosto theo” hayan sido inscriptas en los altares
de Epiménides. Aquel dice que: “altares se pueden encontrar en diferentes partes de
Ática sin nombre inscrito en ellos, que son los monumentos de esta expiación”.
Otros dos antiguos
escritores: Pausanias en su “Descripción
de Grecia” (volumen 1, 1:4) y Filóstrato de Atenas en su “Apolonio de Tiana” refiere a “altares al dios no conocido”, lo que
implica que una inscripción a tal efecto fue grabada en ellos.
Un historiador del siglo I, llamado Lucas,
había comprobado que dicha inscripción estaba grabada
en al menos un altar de Atenas.
Al describir las aventuras de Pablo, el famoso apóstol
cristiano, Lucas menciona un encuentro terriblemente iluminado por el relato
anterior de Epiménides:
“Mientras Pablo
los esperaba en Atenas, se indignó profundamente al ver la gran cantidad de ídolos que había por toda la ciudad”
nos dice Lucas en Hechos 17:16.
Si en los
tiempos de Epiménides los atenienses
se vanagloriaban de tener varios cientos de dioses,
en los días de Pablo tiene que haber habido unos
cientos más.
Cuando Pablo vio que Atenas prostituía el sagrado privilegio de la adoración del hombre delante de meras maderas y piedras, ¡se horrorizó! Él se puso manos a la obra inmediatamente.
Primero: “Discutía en la sinagoga
con los judíos
y
griegos piadosos…”,
(Hechos 17:17).
No es
que los judíos y los griegos temerosos de Dios fueran los que practicaban la idolatría. En absoluto. Sin embargo, eran las personas más responsables de oponerse a la idolatría
rampante en su ciudad.
“…en la plaza cada día con los que concurrían” (Hechos 17:17).
¿Quiénes
estaban allí por casualidad? ¿Y cómo reaccionaron? Lucas lo explica: “Algunos filósofos epicúreos y estoicos
entablaron conversación con él. Unos decían: «¿Qué querrá decir este charlatán?”
(¡Incluso un apóstol puede tener dificultades en la comunicación
intercultural…!). “…Otros comentaban:
«Parece que es predicador de dioses extranjeros» (Hechos 17:18)
¿Por qué
expresaron este último
comentario? Sin duda,
los filósofos oyeron a Pablo hablar de Theos-Dios. Theos era
un término familiar
para ellos. Sin embargo ellos lo usaban comúnmente no
como un nombre personal, sino como un término general para referirse a
cualquier deidad, del mismo modo que “hombre”
en español significa cualquier hombre y no se considera adecuado como
nombre personal para ningún hombre.
Los
filósofos deben haber sabido, sin embargo que Jenófanes, Platón y Aristóteles
(tres grandes filósofos) usaron el nombre Theos
como un nombre personal para referirse al Dios supremo,
en sus escritos.
Dos
siglos después de Platón y Aristóteles, los traductores de la Septuaginta (la
primera versión en griego del Antiguo Testamento) se enfrentaron a un gran problema:
el poder encontrar un equivalente adecuado para el nombre hebreo de Dios Elohim, en la lengua griega. Ellos
rechazaron el nombre Zeus. Aunque
Zeus era llamado "rey de los dioses", los teólogos paganos
habían optado por hacer de Zeus el
vástago de otros dos dioses: Cronos
y Rea. Un vástago de otros seres no puede ser
igual a Elohim, el cual no ha sido
creado.
Finalmente
los traductores de la Septuaginta reconocieron el uso fortuito que hacen los
tres filósofos de Theos como nombre
personal griego del Todopoderoso. ¡Theos,
en este uso especial, era un nombre
que en aquella época todavía
no se usaba para referirse a Dios! Los
traductores pues adoptaron el nombre
Theos, para referirse a Dios. ¡Del mismo modo Pablo
adoptó Theos en sus predicaciones y escritos del Nuevo Testamento!
Por lo
tanto, puede que no fuera Theos, sino
el nombre desconocido de Jesús lo que
hizo que los filósofos pensaran que Pablo estaba "abogando por dioses
extranjeros”. Quizás también se asombraron de que alguien quisiera traer todavía
otro dios a Atenas, ¡capital mundial de los dioses!
Los atenienses, después de todo,
deben haber necesitado algo equivalente a
las “páginas amarillas” ¡sólo para mantener el control de las muchas deidades
que estaban representadas en su ciudad!
¿De qué forma respondió
Pablo a la sugerencia de que estaba
defendiendo a dioses extranjeros superfluos en una ciudad ya saturada de
dioses?:
Jesucristo
le había ya dado a Pablo una fórmula magistral para tratar con los problemas de comunicación transcultural como este que
tenía en Atenas. Hablándole a través de una visión tan persuasiva que llenó a Pablo
de nuevas y brillantes ideas y que le
dejó temporalmente ciego. Jesús había dicho: “Te voy a librar
de los judíos y también
de los no judíos, a los
cuales ahora te envío. Te mando a ellos para que les abras los ojos y no
caminen más en la oscuridad, sino en la luz; para que no sigan bajo el poder de Satanás, sino que sigan a Dios;
y para que crean en mí y reciban
así el perdón de los pecados y una herencia en el pueblo santo de Dios.” Hechos
26:17-18 (versión “Dios habla hoy”).
La
lógica de Jesús era impecable. Si la gente tenía que volverse de las tinieblas a la luz,
sus ojos debían
primero ser abiertos para ver la diferencia
entre la oscuridad y la luz. ¿Y qué hace
falta para abrir
los ojos de alguien?:
¡Alguien que les abra los
ojos!
¿Pero cómo podría Pablo,
nacido judío y renacido cristiano, encontrar a “un abridor de ojos” para que
comprendieran la verdad del Dios supremo en una ciudad como Atenas infestada de ídolos? Difícilmente podría esperar que un sistema religioso totalmente
comprometido con el politeísmo obtuviera un reconocimiento de que el monoteísmo
era mejor.
Ah, pero mientras Pablo
“caminaba y observaba” (Hechos
17:23) encontró algo en el
medio “del sistema” que no era “del”
sistema: ¡un altar que no estaba
asociado a ningún
ídolo! Un altar que llevaba la inscripción:
“al dios no conocido”. Pablo discernió una diferencia entre ese altar y el de
los ídolos. Era su aliado: una comunicación clave que probablemente abriese las
cerradas mentes y corazones de esos filósofos estoicos y epicúreos.
Cuando
le invitaron a presentar sus puntos de vista formalmente en un ambiente más
propicio para la discusión razonada que el mercado, Pablo estaba listo.
Pablo presenta
su argumentación:
El lugar
de celebración de Pablo fue una reunión
de "El Aerópago", es decir: "la
Sociedad de la colina de Marte", (un grupo de prominentes atenienses que
se reunían en la colina de Marte para discutir asuntos de historia, filosofía o
religión.). Fue en esta misma colina, aproximadamente seis siglos atrás,
donde Epiménides trató el problema
de la peste que había en
Atenas.
Pablo
podría haber lanzado su discurso de la colina de Marte simplemente llamando a las cosas
por su nombre. Podría haber dicho: "¡Hombres
de Atenas, con todas vuestras bellas
filosofías seguís consintiendo la idolatría, si es que no la practicáis! ¡Arrepentíos o pereceréis!". ¡Y cada palabra
bien podría haber sido cierta!
Los puntos
que expuso Pablo a los filósofos:
Pablo
fue el primero en comenzar con las siguientes palabras: “¡Varones atenienses!, en todo observo que sois muy religiosos (notable moderación, teniendo en cuenta lo mucho que Pablo detestaba la
idolatría) porque pasando y observando
vuestros objetos de adoración (algunos con los antecedentes de Pablo
podrían haber preferido llamarlos "ídolos inmundos") hallé también un altar en el cual estaba
esta inscripción: AL DIOS NO CONOCIDO”
Entonces Pablo expresó un pronunciamiento que había esperado
siglos para ser dicho:
“Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle,
es a quien yo os anuncio.”
(Hechos 17:22-23).
Ahora bien, ¿el Dios que proclamaba Pablo era
realmente un dios “extranjero” como los filósofos sospechaban? ¡De ninguna manera!
A través del razonamiento de Pablo, “Jehová”, el Dios judeo-cristiano, fue anticipado por el altar de
Epiménides. Era por lo tanto un Dios que ya había intervenido en la
historia de Atenas. ¡Seguramente Él tenía un derecho de que su nombre se proclamara
allí!
Pero cabe preguntarse:
¿Pablo realmente entendió el trasfondo
histórico de este altar y el concepto de un dios no conocido? ¡Hay evidencia que sí lo entendió! Porque Epiménides, además de su capacidad para arrojar luz sobre los turbios problemas de las
relaciones entre el hombre y Dios, ¡también
era poeta!
¡Y Pablo citó la poesía
de Epiménides! Dejando a un misionero llamado Tito para fortalecer a las iglesias
de Creta. Pablo más tarde escribió a Tito
para darle instrucciones en su trato con los cretenses: Uno de ellos, su propio profeta, dijo: Los cretenses, siempre
mentirosos, malas bestias, glotones ociosos.
Este testimonio es verdadero; por tanto, repréndelos duramente, para que
sean sanos en la fe” (Tito 1:12-13).
Las palabras que Pablo citó provienen de un poema que se atribuye a Epiménides (Enciclopedia Británica,
versión inglesa, Micropedia,15ª edición, volumen 3, página 924).
Pablo se refirió a Epiménides como un profeta:
Notemos también que Pablo se refirió a
Epiménides como “un profeta”. La
palabra griega es: “propheetees”, la
misma palabra que Pablo usaba comúnmente para referirse a los profetas sea en
el Antiguo que en el Nuevo Testamento. ¡Y seguramente Pablo no hubiera honrado
a Epiménides con el título de profeta aparte del conocimiento que tenía del
carácter y los hechos de Epiménides! ¡Un hombre al que Pablo
podía citar para reprender a
otros por ciertos rasgos de maldad a esta gente, era, implícitamente,
considerado por Pablo como no culpable
de estos mismos rasgos!
Además, en su discurso
de la Colina de Marte, Pablo afirma que Dios “ha hecho de un solo hombre hizo todas las naciones[a]
para que habitaran toda la tierra; y determinó los períodos de su
historia y las fronteras de sus territorios. Esto
lo hizo Dios para que todos lo busquen y, aunque sea a tientas, lo encuentren. En verdad,
él no está lejos de ninguno de nosotros” (Hechos 17:26-27)
Estas palabras puede constituir una referencia oblicua
a Epiménides como un ejemplo de un hombre pagano que
buscó y encontró un Dios quien, aunque no conocía su nombre ¡no estaba en
realidad muy lejano!
Presumiblemente los miembros de la Sociedad de
la colina de Marte estaban también familiarizados con la historia de Epiménides
de los escritos de Platón, Aristóteles y otros. Ellos debieron escuchar con
admiración cuando Pablo
comenzó su discurso
sobre esa perspicaz
base transcultural.
¿Pero podía este apóstol cristiano, que estudió a los pies de Gamaliel, el erudito judío, mantener la atención el tiempo suficiente
para hacerles llegar el evangelio
a estos hombres que tenían
sólidos conocimientos de la lógica de Platón y Aristóteles?
Tras su sorprendente discurso inicial, el éxito
de Pablo en la parte principal de su intervención dependería de una cosa:
llamada: "lógica sin fisuras". Mientras que cada una de las afirmaciones sucesivas de Pablo se
conectaran lógicamente con las anteriores, los filósofos seguirían escuchando.
Pero si Pablo hubiese dejado un hueco en su razonamiento, ¡los filósofos lo habrían cortado
de inmediato!
Esta era una regla del entrenamiento filosófico que habían recibido,
una disciplina que ellos se auto impusieron, y exigirían con el mismo
rigor a cualquier extraño que pretendiera tener propuestas dignas de su atención.
¿Podía pasar el evangelio
de Pablo un escrutinio tan severo?: Durante varios minutos a Pablo
le fue muy bien.
Lo que Pablo expresó:
1º Pablo comenzó con el testimonio del altar de Epiménides,
2º Luego procedió con la evidencia de la creación.
3º Inmediatamente pasó de la evidencia de la creación a la inconsistencia de la idolatría. Para entonces, había trabajado su posición hasta el punto de poder identificar la idolatría ateniense como "ignorancia" sin perder su audiencia.
4º Prosiguió
diciendo: “Theos” ahora manda
a todos los hombres en todo
lugar, que se arrepientan; por cuanto
ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón
a quien designó” (Hechos 17:30-31).
En otras
palabras, habiendo encontrado a alguien que le abriera
los ojos a los atenienses (o sea, él mismo) para
subir al “primer piso”, Pablo ahora se dirigía al “segundo piso” en obediencia
al segundo mandamiento de Jesús: él estaba procurando que los atenienses se
volviesen “¡de la oscuridad a la luz!”.
5º
Luego siguió adelante con su discurso: “dando
fe a todos con haberle levantado de los muertos.”
Y aquí, por primera
vez, Pablo dejó un vacío en la lógica de su discurso
en la colina de Marte. Mencionó
la resurrección del hombre que Dios autorizó para juzgar al mundo sin explicar primero cómo y por
qué tuvo que morir en primer lugar.
6º Los filósofos se
abalanzaron enseguida, para su propio empobrecimiento espiritual: “Pero cuando oyeron
lo de la resurrección de los muertos, unos se burlaban, y otros
decían: Ya te oiremos acerca de esto otra vez.
Y así Pablo salió de en medio de ellos.” (Hechos 17:32- 33).
El logro de Pablo:
Pablo había ya expuesto la inconsistencia de tolerar la idolatría, es más,
él realmente instigaba la idolatría.
¡Esto no es un logro menor entre un grupo de hombres que se
esforzaron por ser coherentes! Como buscadores de la verdad, deberían haber seguido con Pablo las
implicaciones de, al menos, sus comentarios iniciales, en lugar de culparle por
un posterior tecnicismo.
En absoluto,
desacreditaron a Pablo por su mención a la resurrección: “Algunas personas se unieron a Pablo y creyeron. Entre ellos estaba
Dionisio, miembro del Areópago” (Hechos 17:34).
La tradición del segundo siglo dice que ¡Dionisio fue el primer obispo (pastor/anciano) de Atenas! Su nombre se deriva de Dionisio, ¡un dios griego cuya teología incluye el concepto de la muerte y la resurrección!
¿Podría haber una conexión entre ese concepto y la respuesta personal de Dionisio a un hombre (Pablo) que defendía tan audazmente la enseñanza de la resurrección?
Más tarde el apóstol
Juan…
Más tarde el apóstol Juan, continuando con el
enfoque de Pablo a la mente filosófica griega, se apropió de un término
favorito entre los estoicos: el Logos, un título que se usa para Jesucristo. Un filósofo griego llamado
Heráclito usó por primera vez el término
Logos alrededor del
600 a.C. para designar la razón divina o plan que coordina un universo
cambiante. Logos significa “la palabra, el verbo”.
Juan representó a
Jesucristo como el cumplimiento de ambas cuando escribió: “En el principio ya existía la Palabra (Logos); y aquel que es la
Palabra (Logos) estaba
con Dios (Theos)
y el (Logos) era Dios (Theos)...
Y Aquel que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros.” (Juan
1:1, 14).
Con este acercamiento
vital de ambos términos griegos: Theos y Logos en relación
a Elohim y Jesucristo, ¡el cristianismo se presenta a sí mismo como la realización, en lugar de la
destrucción, de algo válido en la filosofía griega!
En efecto, tales términos y conceptos ¡fueron
claramente considerados por
los emisarios cristianos a los griegos como
ordenados por Dios para preparar la mente griega para el evangelio! Ellos
encontraron estos términos fortuitos filosóficos para ser tan válidas
como las metáforas mesiánicas del Antiguo Testamento como " El Cordero
de Dios" y “El León de la tribu de Judá”. Y
utilizaron ambos conjuntos de
terminología con igual libertad para situar a la persona de Jesucristo en el
contexto de la cultura judía y griega, respectivamente.